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Archive for August, 2011

Héctor Castro será recordado eternamente como una de las mayores glorias tanto de la Selección de Uruguay, como del club Nacional de Fútbol de su país, pero su vida no le hubiese llevado a este sitio de privilegio si no hubiera mostrado una increíble capacidad de superación luego de haberse amputado una de sus manos, concretamente la derecha, cuando apenas tenía 13 años de edad y una vida por delante en el deporte.

Castro, que nació en noviembre de 1904 en la capital de su país, Montevideo, comenzó a trabajar desde muy pequeño junto a su padre de origen gallego, cuando un accidente laboral con una sierra eléctrica que manipulaba a pesar de su corta edad, le cortó una de sus manos, al punto de que la misma debió ser quitada de raíz, quedando sólo un muñón en su lugar. Sin embargo, esto no haría más que forjar aún más un carácter de fierro en este pequeño destinado al éxito.

Es que era un momento de expansión del fútbol en toda Sudamérica, y las cualidades del pequeño Héctor eran visible para cualquiera que entendiera un poco de este insipiente deporte, al punto de que no se le negó incorporarse a las juveniles del desaparecido Athletic Club Lito de Montevideo, a pesar de su incapacidad física, y de hecho, sus primeros entrenadores le ayudaron a convertir su extremidad en un “arma mortal”, que utilizaría luego para darle el Campeonato del Mundo a su país.

Con apenas 16 años, Castro se convirtió en “el primer futbolista manco”, al menos para todos los espectadores de los encuentros del Lito, como se llamaba a aquel equipo, al tiempo que sus capacidades futbolísticas seguían intactas. Fue por ello mismo que en 1923, Nacional le llamó para formar parte de sus filas, habiendo dado el gran salto con apenas 19 años, algo poco común en la época.

Castro solía desempeñarse por el sector derecho del mediocampo, a consideración de cual era su pierna más hábil, y en un esquema muy flexible, que le permitía llegar al área con soltura. Sus principales atributos eran el despliegue y el juego aéreo, en el cual además se servía de su “muñón”, para impedir el salto de los futbolistas a los que marcaba. Comenzaba a ser querido por los hinchas del bolso, y en ese entonces se ganó el apodo que le acompañaría el resto de su vida: “el manco divino”.

Abajo, el segundo a la derecha

Ese mismo año comenzó a representar también a su país, alternando en el equipo titular, pero para 1926, ya se había convertido en una de las piezas claves del combinado “charrúa” con apenas 22 años, y por eso fue convocado para disputar el Campeonato Sudamericano, conocido actualmente como Copa América, el cual logró obtener junto a sus compatriotas en Chile.

Con la mayoría de sus mismos compañeros, y siendo ya absolutamente ídolo en Nacional, donde llevaba más de un centenar de partidos disputados, Castro acudió a los Juegos Olímpicos de 1928 en Holanda, donde los uruguayos se hicieron fuertes, pusieron sus credenciales sobre la mesa, y derrotaron finalmente al equipo argentino por 2 a 1, luego de jugar un encuentro desempate.

En 1930 se esperaba con toda ansiedad el Mundial de los uruguayos. Al fin y al cabo ellos eran locales, y los últimos campeones olímpicos, siendo que además muchas de las mejores selecciones europeas no acudirían a la cita. Castro era un fijo en la alineación local, y demostró toda su capacidad desde la primera ronda, cuando convirtió el gol de su equipo en el triunfo ante Perú, el primero en Mundiales de la Selección de Uruguay, que le daría la clasificación a la segunda ronda posteriormente.

Una vez en esta instancia, participó en la goleada de semifinales ante Yugoslavia por 6 a 1, y en la previa de la final ante los argentinos, vista como una revancha, era uno de los jugadores más temidos por los albicelestes, que sin embargo lograron adelantarse en la primera etapa, llegando al descanso con una victoria por 2 a 1. Para el segundo tiempo, la final se jugaría con la pelota que los uruguayos querían, por acuerdo, y entonces darían vuelta la historia.

Uno de los choques de Castro con Botasso

Fue justamente Castro el encargado de cerrar la victoria de su equipo, siendo también el último en anotar en la competencia, dándole el 4 a 2 definitivo a los uruguayos. Pero el aporte había sido más importante aún: el atacante había utilizado su muñón en una carga contra el arquero argentino Juan Botasso, al que dejaría dolorido por toda la segunda etapa, en la que poco pudo hacer por evitar que le convirtieran.

Transformado ya en leyenda del fútbol uruguayo, siguió jugando para Nacional hasta 1936, habiendo disputado un año entremedio en Estudiantes de La Plata de Argentina, y totalizando 145 goles en 231 encuentros para el conjunto montevideano, con el que además obtuvo los campeonatos de 1934 y 1935, luego de volver a ganar la Copa América, esta vez en Perú, en 1933.

Durante su carrera en activo, Castro llegó a admitir que por su incapacidad física había dejado olvidado su viejo sueño de ser portero, algo que muy pocos sabían, pero nada más tuvo que abandonar en pos de su objetivo, considerando que era sumamente popular y mujeriego. Ademas, aunque en sus comienzos los fanáticos de Peñarol le odiaban, cambiaron su parecer durante el Mundial de 1930, y de allí en más siempre le respetaron.

Su gol en la final

A su retiro, entendió que en su vida nada era tan importante como el fútbol, y por eso se dedicó a la dirección técnica, desempeñándose en su amado Nacional durante varias etapas, en las cuales logró hacerse con seis campeonatos, obteniendo el récord del club, y también el de su país junto a Hugo Bagnulo.

En 1959 se había hecho cargo de la Selección de su país -30 goles en 54 encuentros como jugador- con un total apoyo tanto de la prensa como de los fanáticos, pero misteriosamente presentó la renuncia pocos meses después. Al cabo de un par de semanas, un ataque cardíaco le provocó la muerte, elevándolo para siempre a ser una de las leyendas incuestionables del fútbol mundial.

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Marco Boogers había jugado anteriormente a la historia que nos llama, cerca de una década en la Eridivisie holandesa, con interesantes registro goleadores, y un estilo de juego muy similar al que hoy representa Dirk Kuyt. Sus pasos fueron, concretamente, por el DS ´79, FC Utrecht, RKC Waalwijk, Fortuna Sittard y Sparta Rotterdam, club desde el que fue transferido al West Ham, con 28 años, en un monto cercano a un millón de libras esterlinas, cuando también le pretendían el Everton, el Borussia Dortmund y el Napoli.

Incluso, fue destacado como el tercer mejor jugador de la Liga Holandesa ese año, pero su breve paso por la Premier estuvo muy marcado por el segundo encuentro que jugaría con la elástica de los “hammers”, tras debutar contra el Leeds United. Boogers entró desde el banquillo, y cuando apenas llevaba algunos minutos de juego, realizó una terrorífica entrada sin sentido frente a Gary Neville, quien luego de ese encuentro permanecería lesionado por dos meses. “Pero él terminó aquel encuentros”, afirma aún hoy el delantero holandés en su defensa.

La prensa llegó a sugerir que Redknapp había contratado a Boogers especialmente para lesionar a un futbolista del Manchester United, e incluso la Federación Inglesa le suspendió por cuatro encuentros. Su regreso se produjo un mes después ante el Aston Villa, ingresó en el segundo tiempo y fue testigo privilegiado de la derrota de su equipo por 4 a 1. Su despedida -aunque él no lo sabía- fue entonces en diciembre ante el Blackburn, también con caída por 4 a 2.

Luego de ese partido, en un entrenamiento sufrió una lesión de consideración por lo cual debía estar tres meses parado. Viajó entonces a Holanda para recuperarse, además de poder asistir al nacimiento de su hijo sobre fin de año, y cuando regresó, Iain Dowie y John Hartson habían sido contratados hasta final de temporada, una clara seña de que Boogers sobraba en el plantel.

Por esa misma razón, el delantero fue cedido al Groningen de su país hasta el final de temporada, aparentemente para que se recuperase y regresara en junio a Inglaterra. Pero cuando iba a debutar en su nuevo equipo, regresaron sus problemas de rodilla y ya no pudo volver a jugar ese año, que prácticamente lo pasó en el dique seco.

El momento de su expulsión

Para este momento, y a pesar de tener aún contrato con el West Ham, Boogers sabía que ya su futuro no pasaría por los “hammers” y por eso comenzó a lanzar indirectas a Redknapp por las pocas oportunidades brindadas, a lo que el entrenador no tardó en responder, aludiendo a que su contratación se había producido “por medio de videos”, y que nunca le había visto jugar en vivo antes de su llegada a Londres, aunque el futbolista aseguraba que los ojeadores del club le habían visto.

El mito de la caravana

Durante los meses de recuperación de Boogers, al final de 1995, el periódico británico “The Sun” afirmó en una de sus portadas que el jugador se encontraba en Holanda, sumido en una profunda depresión, y viviendo en su casa rodante, con la que recorría el país, lo que logró que se convirtiera en toda una celebridad por aquellos meses, sin tener él mismo noción de lo que sucedía.

Algún tiempo después, uno de los trabajadores del West Ham y que se encargaba de arreglar los viajes de los futbolistas cuando tenían permisos especiales, Bill Prosser, contó que el mito de la “caravana”, tal la traducción de casa rodante, había surgido de una conversación suya con un reportero que seguía la campaña del club para aquel diario.

Las remeras de la leyenda

Éste había preguntado a Prosser si él se había encargado de reservar los vuelos para Boogers, algo que el trabajador del club negó, añadiendo además que “probablemente, se haya vuelto en auto”. Sin embargo, el reportero afirmó que el futbolista había regresado “en caravana”, motivo por el cual fue publicado que “’Barmy Boogers Living In A Caravan”, que “vivía en una casa rodante”. A partir de entonces, las camisetas con la leyenda “Yo vi jugar a Marco Boogers” se han hecho famosas en la capital inglesa.

Consultado posteriormente acerca de las listas elaboradas por el propio periódico The Sun, acerca de los peores fichajes de la historia de la Premier League, en las que nunca se encuentra detrás del décimo puesto, Boogers ha afirmado que ya es algo natural: “Tenemos Navidad, Año Nuevo y las encuestas de The Sun”, responde en tono burlón.

Posteriormente, sin llegar a debutar en el Groningen, pasó a los últimos equipos de su carrera, el propio RKC Waalwijk, el FC Volendam, y el Dordrecht ’90, al que tras su retiro, se encargó de entrenar durante algunas temporadas con cierto éxito, mencionando siempre que el sí daba tiempo de adaptación a sus futbolistas extranjeros.

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Nacido el 1 de diciembre de 1948 en el barrio de Nerviano, Milán; Luciano Re Cecconi supo convertirse, durante la década de los ´70, en uno de los niños mimados de un Lazio que arrebató el Calcio a los grandes del norte hasta que una muerte absurda, propia de su simpática carácter, le terminaría cortando una carrera que tenía aún mucho más por ofrecer. Una muestra más de que cuando el destino está marcado, y la tragedia se cierne sobre él, poco importa la calidad humana en cuestión.

Hijo de un albañil que mantenía como podía a su familia, Luciano comenzó desde muy chico a trabajar como carrero junto a su primo para ganar algo de dinero, y de esa manera poder comprarse los botines que necesitaba para jugar al fútbol en los campos de las afueras de Milán, donde se crió. Allí comenzaría a transformarse en aquel mediocampista todoterreno que tanto apreciaban sus compañeros por su despliegue. “Cuatro pulmones” le decían.

Rápidamente un vecino de su barrio le llamó para que comenzase a jugar con otros pequeños en el San Hilario de Milán, de allí fue llamado al Aurora Cantalupo, y pocos meses después, el Pro Patria se fijó en su posible contratación. En este club realizó el último tramo de su preparación para convertirse en “profesional”, y el 14 de abril de 1968 debutó en el primer equipo, jugando en la Serie C del Calcio, muy amateur todavía.

En el Foggia

Durante esta etapa, además, ya se había ganado el apodo de “ángel rubio” o “Cecconetzer”, el primero en referencia a su particular cabellera rubia, y el segundo porque a menudo era comparado físicamente con el alemán Gunter Netzer, que por aquel momento se desempeñaba en el Borussia Mönchengladbach.

Al año siguiente el entrenador Carlo Regalia le afianzó definitivamente como titular, y desde el espacio de líder en el mediocampo llegó a disputar 33 de los 38 encuentros de la temporada, transformándose en una de las revelaciones de la Serie C con apenas 21 años, y un talento que no entendía de categorías.

Fue entonces que el Foggia llamó a sus puertas. El equipo había estado en la Serie A hasta 1967, y en 1969 había jugado la final de la Copa Italia bajo la presidencia de Antonio Fesce y el técnico Tomasso Maestrelli, lo que parecía augurar un futuro mejor que se tradujo en un mercado de pases con la llegada de Re Cecconi como gran figura para intentar el regreso a Primera.

Una vez que se había puesto a punto físicamente, el joven mediocampista debutó con su nuevo club en la 11º jornada de la Serie B de la temporada 1969/70, ante el Perugia, completando finalmente una campaña con 14 encuentros como titular y un gol, que derivó además en el ascenso a Serie A nuevamente del Foggia.

Sin embargo, la campaña posterior a ésta no sería la mejor para el Foggia, que se vería entre los últimos de ta tabla de posiciones del Calcio, regresando a la Serie B por tener peor diferencia de gol que Fiorentina y Sampdoria. De esta forma, se puso en duda el futuro en el club de algunos de sus futbolistas, como el propio Re Cecconi, aunque finalmente permanecería en el mismo por otra temporada, en la que se convirtió en eje del equipo, que de igual forma finalizó octavo.

Pero ese año aparentemente perdido en la Serie B no sería uno más a la postre para el rubio mediocampista, ya que Maestrelli se había marchado a entrenar a la Lazio de Roma, y como primera condición pidió la llegada de Re Cecconi para fortalecer el mediocampo del conjunto capitalino.

Junto a Maestrelli

Para la campaña siguiente, la 1972/73, era un futbolista más asentado y no tuvo problemas en demostrar su mejor juego con los “laciales” formando una espectacular dupla con Mario Frustalupi, al punto de que se creó un gran equipo que terminaría tercero en la Serie A, sólo dos puntos por detrás del campeón Juventus. Ese año Re Cecconi firmaría 29 encuentros como titular, anotando también un gol. Para este entonces, además ya había sido convocado para la selección italiana sub23 y estaba en planes del seleccionado mayor “azzurro”.

Pero el gran momento de su carrera llegaría en la temporada 1973/74, cuando un espectacular equipo de la Lazio, que comenzaría a marcar época, se impuso en la Serie A a los hegemónicos equipos del norte que normalmente se imponían durante esa década. De hecho, tras perderse siete jornadas por lesión, logró convertirse en titular nuevamente, coleccionando 23 partidos con dos goles anotados.

Su gran momento de forma no pasó desapercibido entonces para Ferruccio Valcareggi, entrenador del seleccionado italiano, que le convocó para formar parte del equipo que representaría al país en la Copa del Mundo de Alemania. No obstante, la experiencia no fue buena para él, ya que apenas disputó algunos minutos en una Italia que, eliminada en primera ronda, fue una de las grandes decepciones de la competencia.

Igualmente, su calidad era innegable para cualquier compatriota, y el nuevo técnico del combinado, Fulvio Bernardini, le llamó para representar a Italia en un par de encuentros amistosos luego del Mundial, ante Yugoslavia y Bulgaria.

Lazio campeón 1973/74

Increíblemente, y a pesar de ser el campeón italiano, la Lazio no pudo formar parte en la temporada 1974/75 de la Copa de Campeones de la UEFA, tras haber sido sancionado por este organismo debido a una pelea entre sus jugadores y los del Ipswich Town de Inglaterra en los dieciseisavos de la Copa UEFA la campaña anterior.

A pesar de no tener que disputar entonces competencia europea, Lazio no repite la grandiosa campaña del anterior, logrando un cuarto puesto en la Serie A, donde de todas formas Re Cecconi logra destacarse entre sus compañeros.

Algo similar ocurriría en la temporada siguiente, pero siendo todo más dramático por la salida del entrenador Mestrelli, además de importantes jugadores, como Giorgio Chinaglia. Sin embargo, cuando el equipo corría riesgo de descenso, el propio Maestrelli regresó para tomar las riendas y recuperar el curso, aunque fallecería poco después, el 2 de diciembre de 1976, enfermedad que sufría y no había querido comunicar a sus jugadores. A la postre Lazio se salvaría por tener mejor diferencia de gol que el Ascoli.

De cara a la siguiente temporada, todos los hinchas se encomendaban definitivamente a lo que pudieran hacer en el terreno de juego Bruno Giordano y el propio Re Cecconi, quien justamente en el debut del equipo bajo las órdenes del entrenador Luis Vinicio, había debutado en la Serie A con una derrota por 3 a 2 ante la Juventus, en un encuentro en el que sin embargo el rubio marcaría el último gol de su carrera, una verdadera obra de arte.

Pero todo cambiaría en la tercera fecha del Calcio, cuando una dura entrada del futbolista del Bologna Tazio Roversi le provocaría una importante lesión en su rodilla izquierda, la que le demandaría varios meses antes de recuperarse de forma definitiva.

Su funeral congregó a miles de hinchas

Aburrido ante su ausencia en los terrenos de juego, en la noche del 18 de enero de 1977, se encontraba en su casa junto a algunos amigos, como el futbolista Pietro Ghedin, su compañero de equipo; además del perfumista Roman Fraticcioli. Éste les pidió dirigirse al negocio del joyero Bruno Tabocchini, ubicado en la zona de la Colina Fleming para retirar algunos productos.

Aunque se trataba de una zona tranquila, Tabocchini había sido asaltado en numerosas ocasiones por aquellos meses. Re Cecconi no lo sabía, e intentó jugarle una broma haciéndose pasar por un ladrón, por lo que se tapó la cara, ingresó detrás del dueño del local, y le gritó: “arriba las manos!”, simulando tener un arma en su derecha.

Sin embargo, Tabocchini no era un fanático del Calcio y no reconoció al futbolista, al que no dudó en dispararle con su arma Walther 7,65, provocándole una herida que le significaría la muerte una hora más tarde, mientras era atendido en una clínica de Roma. A pesar de la actuación del fiscal Franco Morrone en el caso, quien pedía una pena de tres años, el joyero fue absuelto por actuar en “legítima defensa” 18 días más tarde.

Re Cecconi dejó no sólo una huella imborrable para los fanáticos de la Lazio, sino también a su familia, compuesta por su esposa y sus dos hijas, Cesarina Stefano y Francesa, mientras que sus restos fueron inhumados en el cementerio de Nerviano, su barrio natal.

Al poco tiempo Agostino D´Angelo, directivo del club romano y muy amigo suyo, creó la fundación que lleva su nombre para luchar contra la violencia en las calles de la capital; y en noviembre de 2003, una de las calles del barrio romano de Tuscolano pasó a ser denominada también Luciano Re Cecconi.

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Durante las décadas del ´80 y ´90, el fútbol italiano justificó su cartel de “mejor liga del mundo” en innumerables ocasiones. Varios de los mejores jugadores del momento, como Platini, Maradona y Van Basten se desempeñaron allí, pero pocas veces los titulares que anunciaban sus proezas se vieron entremezclados con las denuncias acerca del uso de fármacos y distintas drogas en el Calcio, que potenciaban el rendimiento de los futbolistas arriesgando su bienestar futuro, algo que muchos han denunciado más de forma reciente, o ante la seguridad de estar retirados y fuera del sistema.

Mientras tanto, en 1978 debutaba en la Primera División del club Pisa, en ese momento en la Serie C1 del fútbol italiano, un joven central de 18 años llamado Gianluca Signorini, que había nacido en la ciudad, y que se presentaba como una de las mayores promesas futbolísticas a nivel local. Sin embargo, su entrenador de aquel momento no le depositaba confianza, y por eso pasó a los pocos meses al Pietrasanta.

Se consolidó en la temporada 1979/80, logrando ser considerado por la afición del pequeño equipo como el mejor jugador de la plantilla, lo que le valió para ser transferido al Prato, un conjunto toscano de mayor entidad, donde repetiría sus grandes actuaciones, y tras apenas un año de jugar allí el Livorno, que deambulaba por la zona del ascenso pero tenía un proyecto más serio, obtuvo su fichaje.

En la Roma

En este equipo también pudo repetir buenas actuaciones, siendo titular durante las dos temporadas que disputó con ellos, y convirtiéndose en capitán en algunas ocasiones, aunque al cabo de la campaña 1982/83 decidió marcharse al Ternana, donde jugó también un año antes de marcharse al Cavese, en el que disputaría el campeonato de 1984/85. Fue titular en ambos clubes, disputando en cada uno de ellos 29 encuentros, y sobresalía por su poderío físico.

Fue entonces, en julio de 1985, cuando cambiaría su carrera de forma radical. Arrigo Sacchi, entrenador del Parma, y un gran observador del fútbol italiano, notó la gran calidad de aquel central del Cavese que a pesar de no poder evitar el descenso de su equipo a la Serie C, se había destacado en la segunda categoría del fútbol local. Lo interesante de Signorini además era su capacidad para jugar como líbero, una posición muy utilizada en el Calcio en aquel momento.

Tras cortas negociaciones, dadas las diferencias económicas manejadas entre la Serie A y las divisionales inferiores, se cerró su transferencia al Parma, donde llegó a ser titular en las dos temporadas que jugó allí, siendo una pieza clave del equipo para Sacchi, que le alinearía en 70 partidos a lo largo de las campañas 1985/86 y 1986/87.

Sus actuaciones en el Parma le hicieron reconocido a nivel nacional, aunque futbolistas como Scirea, Cabrini, Bergomi y Ancellotti le cerraban las puertas de la “nazionale”. Sin embargo, eso no evitó que siguiera escalando peldaños en cuanto a clubes, ya que el entrenador sueco Nils Liedholm le pidió para reforzar a su Roma en 1987. Allí jugaría también 29 encuentros en la temporada.

El mítico Genoa de Bagnoli

Sólo un año después, este trotamundos del Calcio encontraría su lugar en el mundo, cuando el reconocido entrenador italiano Franco Scoglio pidió su incorporación al Genoa como una de las condiciones para seguir en el cargo. El conjunto de Liguria había tenido grandes actuaciones antes de la Segunda Guerra Mundial, y por aquel entonces buscaba sumarse al éxito de su rival, la Sampdoria.

Tan pronto llegó al Luigi Ferraris, fue designado capitán por sus nuevos compañeros, condición que ostentaría los siete años que jugó con el Genoa. En ese lapso, fue eje fundamental de la histórica campaña de la temporada 1990/91 de este equipo, en la que los genoveses dirigidos por Osvaldo Bagnoli alcanzaron un histórico cuarto puesto en la Serie A, lo que les permitió clasificarse a la Copa de la UEFA del año siguiente, donde serían semfinalistas, derrotando en su camino ni más ni menos que al Liverpool en Anfield, siendo el primer equipo italiano en lograrlo de forma oficial.

En 1995, decidió abandonar el Genoa convertido en ídolo absoluto del club, y probablemente uno de los tres mejores jugadores que haya vestido esa camiseta en el último medio siglo, para retirarse en el club que le vio nacer, el Pisa, que disputaba el campeonato de la Serie B, donde jugó dos temporadas hasta que decidió retirarse en julio de 1997, a los 37 años.

Signorini fue contratado por el mismo Pisa en febrero de 1998, donde ejerció como ayudante técnico de Alessandro Mannini, quien a su vez había destituido a Roberto Clagluna. Al año siguiente, el ex defensa fue contratado por otro de sus anteriores clubes, el Livorno, donde se encargaría de la dirección de los equipos juveniles, además de terminar de prepararse para ser entrenador.

Sin embargo, todo se desmoronaría a las pocas semanas de comenzada esta aventura, ya que tras un chequeo de rutina al que acudió porque tenía dificultades para tragar comida, a Signorini le fue diagnosticada una esclerosis lateral amiotrófica, o también conocida como enfermedad de Lou Gehrig, la que comenzó a debilitar sus músculos poco a poco hasta dejarlos casi inútiles, y a él, postrado en una silla de ruedas. “Es el destino”, solía repetir.

Si bien intentó durante algún tiempo luchar en silencio contra esta enfermedad, rápidamente necesitó de la ayuda de los fanáticos para poder costear los tratamientos requeridos. Por ello, el 24 de mayo de 2001 se organizó en el estadio Luigi Ferraris una velada en su honor, con su presencia y la de su familia. A su entrada al campo, el aliento de los 25.000 hinchas parecían hacerlo temblar, y Signorini, que ya estaba muy deteriorado, no pudo contener las lágrimas. Sería, a la postre, su última aparición pública.

Su prolongada agonía, no obstante, le mantuvo con vida hasta el 6 de noviembre del año 2002, cuando falleció en compañía de su mujer Antonella y sus cuatro hijos en la misma ciudad de Pisa. Entonces, el Genoa decidió no sólo retirar la camiseta número “6”, que había utilizado en su etapa en el club, sino también llamar Gianluca Signorini a su campo de entrenamiento; mientras que el Pisa llamó así a la principal tribuna de su estadio, el Arena Garibaldi.

Como contrapartida, en mayo de 2009, realizó su debut con el primer equipo del Genoa, y sólo 17 años, Andrea Signorini, el tercero de sus hijos, quien justamente también se desempeña como defensor, y actualmente está jugando en el Benevento, tras un paso por el Alessandria.

La sombra de los fármacos

La muerte de Signorini produjo, como efecto dominó, que comenzara a investigarse seriamente el uso de sustancias prohibidas y distintas drogas en los futbolistas italianos especialmente en las décadas en las que él se había mantenido activo. Su nombre era demasiado importante como para seguir obviando el tema.

En ese momento, el fiscal Raffaelle Guarinello de Turín comenzó a seguir cerca de 420 casos de futbolistas de divisiones profesionales y amateur que presentaban enfermedades de mínima presencia para el resto de la población, e incluso la misma Antonella Signorini declaró que no tenía dudas de que el uso de fármacos había provocado tal degeneramiento en las células de su esposo, quien nunca había querido inculpar al club.

Stefano Borgonovo

Las sospechas se multiplicaron además cuando dos de sus colegas, Fabrizio Gorin, que había jugado en el Genoa entre 1978 y 1982; y Franco Rotella, en el mismo equipo entre 1983 y 1983 y luego entre 1986 y 1990, siendo compañero de Signorini, fallecieron extrañamente a causa de una leucemia fulminante y un melanoma, respectivamente, todos antes de los 50 años de edad.

Aunque nunca pudieron comprobarse los cargos que le debieron ser imputados a los responsables, no hace mucho tiempo futbolistas reconocidos como Fabio Cannavaro admitieron que era común hace una década este tipo de inyecciones ara mejorar el rendimiento.

Actualmente, el tema volvió a debate hace algún tiempo, cuando la enfermedad de Lou Gehrig le fue diagnosticada a otro ex futbolista, Stefano Borgonovo, que llegó a jugar en Fiorentina, Udinese y Milan; y que se encuentra luchando contra la misma con la ayuda de varios de sus ex compañeros, entre los que está Carlo Ancellotti o Roberto Baggio.

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Eliseo Mouriño nació el 3 de junio de 1927 en Mataderos, Buenos Aires, Argentina. Hijo de Antonio Mouriño y su esposa Concepción, de orígenes españoles, el chico se ganó el apodo de “el gallego”. Quedó huérfano de padre cuando apenas tenía cuatro años, aunque para ese momento, ya se encontraba entre sus pertenencias un vieja pelota de trapo, su compañía inseparable.

Con la pérdida de Antonio, Concepción se trasladó junto con sus hijos al barrio de San Cristóbal, donde el pequeño Eliseo comenzó a jugar al fútbol, primero en los descampados de la zona, y más tarde formando parte del equipo local “Superclub”. Fue allí, de hecho, donde impresionó a sus primeros entrenadores por su facilidad para entender el juego, y predisposición a dar órdenes a sus compañeros de equipo.

Fue así que, tan pronto cumplió 14 años, fue llamado por el directivo de Superclub Emilio Ferrari, quien además trabaja en el Club Atlético Banfield como gerente del fútbol, organizó un partido entre la quinta división del “taladro” y los jóvenes amateur. Sorprendentemente, el equipo de Mouriño se impuso por 4 a 2, y tanto él como su compañero Jorge Ruiz, fueron fichados por Banfield.

Por aquel entonces, se dedicaba a transcribir piezas de música para piano, aunque ante el evidente futuro en el fútbol, declararía: “Tuve que dejar. Mi profesión es la de jugar al fútbol y tengo la obligación de dedicarme exclusivamente a ella. Si tuviese otra ocupación no podría darle al fútbol mis cinco sentidos y más de una vez en un partido mi cabeza estaría en otra parte y sólo mi cuerpo correría por la cancha”.

Una vez como parte de esta institución, Mourinho completó su formación sumando un gran desarrollo atlético a sus cualidades innatas, y para el 1 de junio de 1946, estaba listo para debutar en la Segunda División del fútbol argentino. Lo hizo, concretamente, en la victoria de su equipo por 3 a 1 frente a Unión de Santa Fé.

Ese mismo año, Eliseo formó parte del equipo de Banfield que logró el ascenso a Primera División, aunque siendo habitualmente suplente. Sin embargo, tras su debut en la categoría, el 9 de mayo de 1948 ante Independiente, se consolidó como titular, y ya nunca dejaría el puesto hasta 1952.

En este período, Mouriño formó parte del equipo de Banfield que en 1951 finalizó en el primer puesto del torneo argentino, convirtiéndose en el primero de los no denominados “grandes” de aquel país en lograrlo. Sin embargo, la gesta fue igualada por Racing, que terminó llevándose el campeonato tras dos encuentros desempate.

En esta etapa, Eliseo se convirtió en uno de los futbolistas preferidos de los entendidos en la materia, ya que realizaba una novedosa variante táctica, inexistente hasta entonces. De hecho, si bien el comenzaba los encuentros compartiendo el mediocampo con Hector D’Angelo, cuando su equipo era atacado retrocedía hasta formar una línea de cuatro defensores junto a Domingo Capparelli, Osvaldo Ferretti y Luis Bagnato.

A mediados de ese mismo año, el técnico Emilio Baldonero pasó de Banfield a Boca Juniors, y tan pronto firmar su contrato, realizó una sola exigencia a los directivos “xeneizes”, lograr la contratación de Mouriño. Sin embargo, Banfield sabía del valor de su futbolista, y lo vendió recién llegada la séptima oferta por su pase, que se convirtió en uno de los de mayor valor realizado dentro del fútbol argentino hasta la época, y que fue tasado en novecientos mil pesos y el pase definitivo del jugador Felipe Magnelli.

Para 1953, Mouriño ya se había consolidado en el mediocampo de Boca, jugando en el centro de la cancha, y flanqueado por dos de quienes serían sus mejores compañeros en un terreno de juego: Juan Francisco Lombardo y Natalio Pescia. Gracias a ellos, el club pudo ser campeón argentino al año siguiente, cortando su mayor racha negativa hasta ese momento, de nueve temporadas.

Justamente en el campeonato de 1954 Eliseo, quien era un verdadero señor dentro del terreno de juego, recibiría la única tarjeta roja de su carrera. En el encuentro ante Vélez Sarsfield, su compañero Juan Carlos Colman recibió una terrible falta de parte de un rival. Mouriño reaccionó enseguida, y se ganó la expulsión de la cancha.

Paralelamente, sus actuaciones en Banfield ya le habían valido el ser citado a la Selección Argentina desde 1952, y fue uno de los integrantes del equipo que logró obtener la Copa América de 1955, disputada en Chile, aunque no disputó todos los encuentros. Posteriormente repetiría logró en 1959, al hacerse con la misma competencia, aunque esta vez en terreno argentino.

El segundo arriba, a la izquierda

En tanto, también se ganó un sitio para formar parte del plantel “albiceleste” que acudió al Mundial de 1958 en Suecia, aunque la pobre actuación de los sudamericanos terminó por aguar una fiesta de la que no se sentía tan partícipe por volver a ser utilizado como relevo.

Por otro lado, más allá de sufrir hepatitis, enfermedad que no le permitió jugar en 1956, hasta 1960 Mouriño siguió siendo un referente indiscutible tanto para los distintos entrenadores que pasaron por Boca como para los hinchas del club, pero en ese año, se instaló en el primer equipo Antonio Rattín, una de las grandes promesas de la cantera del club que desde hacía un par de años alternaba entre reserva y primera.

Convencido de que su aporte al equipo mermaría en los siguientes meses, a comienzos de 1961 Mouriño decidió aceptar la oferta que le hizo el ignoto club chileno Green Gross, donde jugaba su ex compañero de Banfield Gustavo Albella, y a pesar del interés de Ferro, Platense y Racing por sus servicios. Pero su respuesta positiva escondía también un deseo reprimido: acudir al Mundial que se estaría realizando en aquel país, algo que finalmente nunca pasó.

Artículo tras su muerte

Increíblemente, Eliseo no llegaría siquiera a debutar oficialmente con su nuevo equipo. Es que en la madrugada del 3 de abril de ese año, cuando la delegación del Green Gross viajaba desde Osorno hasta la capital Santiago, el avión que los transportaba perdió el control y se estrelló contra el cerro Linares, falleciendo todos los viajeros, en lo que se denominó “la tragedia de Green Gross”.

Dante Panzieri, uno de los más importantes periodistas deportivas de la Argentina, le elogiaba de la siguiente forma: “Cuando el fútbol se hace simple, casi llega a ser innecesario ser habilidoso. Corriendo, a veces trotando, se tiene ganada la tranquilidad de poder darle a la pelota un destino claro, efectivo y práctico. Casos: Mouriño, Pizzuti”.

Actualmente, una de las tribunas laterales de la cancha de Banfield lleva su nombre, en reconocimiento a quien sin dudas fue uno de los grandes jugadores surgidos de la institución, y el que, si no pudo agigantar su leyenda, fue sólo porque la fatalidad se lo impidió…

En el video, podemos ver la fuerte repercusión que el pase de Mouriño de Banfield a Boca Juniors suscitó en la época, y que se ve reflejado en la película argentina “La Señal”

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Leía el otro día en Marca una noticia acerca del cumplimiento de los 69 años del denominado “partido de la muerte”, del que nunca había escuchado hablar hasta ahora. En la misma, se especificaba que el encuentro había inspirado además la película “Evasión o Victoria”, que contó con el protagonismo de destacados actores, como Michael Caine, Sylvester Stallone y Max von Sydow, además de futbolistas reconocidos, como Bobby Moore, Pelé u Osvaldo Ardiles.

Me pareció imperdonable no tener mayores referencia acerca de este hecho, y por eso mismo me propuse investigar y buscar quienes había sido esos jugadores, o héroes, que se vieron involucrados en esta historia que, como tantas, demostró que el fútbol no puede separarse de las cuestiones políticas y sociales que atraviesan una época.

Aunque podría hablar de alguno de sus compañeros, voy a contar la historia desde el punto de vista de Nikolai Trusevich, a quien podríamos definir en principio como un guardameta de origen ucraniano, que defendía la portería del Dinamo de Kiev cuando estalló la Segunda Guerra Mundial.

Era el 19 de septiembre de 1941, y las tropas de Hitler anexaban la capital ucraniana, por aquel entonces parte de la Unión Soviética, a sus tierras. Los campos de prisiones se llenaron de hombres, sin importar su condición ni profesión. Entre ellos estaba Nikolai, quien había logrado escapar con vida, aunque a sabiendas de ser perseguido de por vida bajo el régimen por sus orígenes.

Una vez comenzada la contienda bélica, el Dinamo de Kiev había dejado de existir de forma temporal, y Trusevich se ganaba la vida mendigando, al mismo tiempo que debía escapar de las SS. Sin techo y con ya notables síntomas de desnutrición sobre su cuerpo, un panadero de nombre Josef Kordik le propuso casa y comida a cambio de trabajo. El guardameta aceptó de muy buena gana, una vez enterado de los orígenes alemanes de su protector.

Sin embargo, la idea de Kordik no era la de brindar asistencia al deportista. El hombre había notado la beta comercial que podía aprovechar dadas las circunstancias, y se dirigió a altos mandos del ejército alemán, a fin de reunir a los mejores futbolistas de Ucrania bajo un nuevo club, y de esta manera comenzar a realizar partidos amistosos ante otros alemanes, para recaudar dinero gracias a la concurrencia del pueblo, que estaba ávido de ver a sus ídolos en acción.

Fue así, que entre esos talleres donde se creaba el pan que alimentaba a buena parte de Kiev, nació el FC Start, conformado por el propio Tursevich, además de siete de sus antiguos compañeros del Dinamo, y otros tres futbolistas del acérrimo rival, el Lokomotiv. Pero a estas alturas, ya no existían rivalidades. Estos hombres que habían sabido ser adorados jugando al fútbol, ahora eran mendigos de guerra, una especie de atracción de circo para los alemanes.

El equipo del FC Start

Los nombres de estos héroes, que conformaron aquel Start, eran: Nikolai Trusevich, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenko, Mikhail Sviridovskiy, Nikolai Korotkykh, Aleksey Klimenko, Fedor Tyutchev, Vladimir Balakin, Vasiliy Sukharev y Mikhail Melnik. Cuando ficharon por su nuevo equipo, varios de estos ya habían contraído neumonía, y llevaban más de dos semanas sin comer de forma decente.

Tan pronto los alemanes se enteraron de la existencia de estas especie de “Selección de Ucrania”, se mostraron ansiosos de enfrentarlos para demostrar, claro, la superioridad de la raza pura. Fue así que organizaron un torneo de seis equipos, cinco de ellos representados por integrantes del régimen.

Para el 7 de junio de 1942, jugaron el primer encuentro ante el FC Start, en el que los ucranianos se impusieron por 7 a 2. Algunas de las curiosidades de este encuentro, fueron que la camiseta de los improvisados eran overoles de trabajo, y que además habían cumplido su jornada laboral la noche anterior.

Cabe destacarse igualmente que luego, gracias a los donativos de los propios pobladores locales que se habían enterado de la noticia, once camisetas rojas, calcetines remendados y unos cuantos pares de botas viejas que les servirían de ahí en adelante.

De hecho, pocos días después, el Start superó también a un combinado de alemanes y húngaros por 6 a 2, y a la semana, derrotaron a un representativo rumano por 11 a 1. Pero nada sería tan decisivo como su victoria, también por 6 a 2, ante algunos de los altos mandos del ejército del “Tercer Reich”. A estas alturas, los “panaderos” eran conocidos en todo el país, e incluso se había ganado la afición de otras naciones.

Los germanos, que no podían soportar la situación, buscaron de cualquier forma destronar a Tursevich y compañía, y por eso arreglaron un encuentro ante los húngaros del MSG, el mejor equipo del imperio, que sin embargo no pudo hacer nada para evitar caer por 5 a 1 frente al Start. Heridos de muerte, buscaron a sus mejores futbolistas entre los integrantes de la Fuerza Aérea, creando el denominado “Flakelf”, un equipo que incluso luego sirvió de propaganda para Hitler, por su contrastada calidad.

El partido se desarrolló tal y como estaba previsto, y la victoria de los ucranianos por 5 a 1 no dejó dudas de cuál era el mejor equipo a todos los presentes. Fue entonces cuando los alemanes, desesperados, desvelaron la maniobra del panadero y el origen de sus rivales, por lo que les habían jurado la muerte.

La previa del encuentro ante los “nazis”

Sin embargo, la soberbia fue más fuerte que ellos, y decidieron organizar un encuentro “revancha”, para evitar la conversión en héroes de los “prisioneros”, y su perpetuidad en la derrota. Hitler y compañía confiaban en una victoria segura luego de amedrentar de todas las formas posibles al Start. El estadio escogido para el trascendental choque era neutral, el del Zenit de Rusia.

Increíblemente, cuando ambos conjuntos salieron al campo de juego, el árbitro se acercó a los futbolistas ucranianos y les dijo: “Soy el árbitro, respeten las reglas y saluden con el brazo en alto gritando ¡Heil Hitler!”. Sin embargo, decididos a no dejarse avasallar, los jugadores del Start recurrieron a un viejo truco, ya que gritaron “Fizculthura!”, una proclama a la cultura física que solía realizarse como burla al Fuhrer.

Comenzó el encuentro, y a los pocos minutos, el equipo de la Fuerza Aérea se puso en ventaja, lo que provocaba el regocijo de los jefes militares presentes en el estadio. No obstante, antes de la finalización del primer tiempo, dos jugadas de los ucranianos les pusieron por delante, y se fueron al descanso ganando por 2 a 1.

Pero podía intuirse que el vestuario no era un sitio seguro, y fue así que en esos minutos de recuperación, se acercaron al mismo varios visitantes, con una consigna clara: “si ganan el partido, los matamos a todos”. Esto provocó que algunos futbolistas no quisieran disputar el segundo tiempo, pero Trusevich y algunos otros hombres experimentados del equipo, animaron a los más jóvenes diciéndoles que era preferible “vencer que vivir”. En realidad, su destino estaba sellado desde hacía tiempo.

La segunda parte del encuentro se desarrolló normalmente, y los últimos minutos de partido llegaron con el marcador favorable a los ucranianos por 5 a 3. Allí sucedió una jugada que ha quedado grabada en la memoria de todos los presentes. El delantero Aleksey Klimenko superó a toda la defensa, incluido el arquero alemán, y cuando pudo convertir, regresó a la mitad de cancha y dejó el balón, en un claro signo de desprecio hacia sus adversarios.

La obra que les rinde homenaje

La prensa alemana, lógicamente custodiada por Hitler, resumiría el encuentro de esta singular manera: “Fue un partido entre el Start local y el Flakelf, un encuentro lo de menos fue el resultado. Fue un partido lleno de deportividad e igualdad. Enhorabuena a ambos bandos.

La pasividad de los militares alemanes sorprendió a los jugadores del Start, que incluso siguieron jugando el torneo, al punto de derrotar a otro equipo en su siguiente encuentro por 8 a 0. Pero la suerte estaba echada. Con la vuelta a casa, los oficiales de la Gestapo los estaban esperando…

Demás está decir que todos, a excepción de Goncharenko y Sviridovsky que no estaban en el lugar, fueron aprisionados y llevados al campo de concentración de Siretz. Allí los masacraron brutalmente, empezando por quienes más odio generaban a los alemanes: Klimenko y Trusevich, quien incluso tuvo la grandeza de morir con su buzo de arquero puesto…y hay quien dice que antes de dejar este mundo, afirmó a sus asesinos: “Podéis matarme a mí, podéis asesinarnos a todos, pero el deporte rojo nunca morirá”

Es por eso que hoy se los considera en su país héroes de guerra, ya que aunque no lucharon en un campo de batalla, lo hicieron en uno de fútbol…

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Cuando uno habla del fútbol amateur en Argentina, pocos nombres son más representativos para los amantes de este deporte que el de Jacobo Urso. Nacido el 17 de abril de 1899 en Dolores, Provincia de Buenos Aires, fue uno de los doce hijos que tuvieron los inmigrantes italianos Jaboco Urso y Rosa Florio.

Su niñez estuvo rápidamente identificada al fútbol, un deporte que comenzaba a hacerse popular en el país a comienzos del siglo pasado, y que le atrapó conforme la vieja pelota de trapo que utilizaba rodaba en los baldíos que circuncidaban su barrio. Cuando tenía apenas nueve años, algún diario había anunciado la creación del club San Lorenzo de Almagro, al que se uniría en 1914, con edad de sexta categoría.

Luego de un año de haber jugado para el equipo junto a su hermano Antonio, Jacobo comenzó a destacar entre sus compañeros de división, y fue ascendido a la tercera, algo totalmente inusual para una época en la que los procedimientos de selección de juveniles se hacían de forma totalmente metódica.

Gracias a sus grandes actuaciones, llegó al primer equipo de San Lorenzo pocos meses después, y eso le valió ser el primer futbolista de esta institución en ser convocado a la Selección Argentina en 1919 y 1920, e incluso tuvo el honor de ser uno de los titulares en la inauguración del viejo estadio “Gasómetro”, el 7 de mayo de 1916 ante Estudiantes de La Plata, en un partido que ganó 2 a 1 con goles de Moggio y Fernández el conjunto local.

Ya afianzado como un referente del equipo a pesar de su juventud, Jaboco se había instalado en el prominente fútbol argentino como uno de los mejores “half izquierdo” a nivel nacional, en momentos en los que aún se utilizaba una formación con dos zagueros, tres “halfs” y cinco atacantes; y a pesar de haber comenzado su carrera como “centro half”.

Pasó el tiempo y nos encontramos con la tarde que marcaría no sólo la carrera, sino también la vida de nuestro protagonista. Era el domingo 30 de julio de 1922, y por la 13° fecha del torneo organizado por la Asociación Amateurs de Football enfrentaba al Club Atlético Estudiantes de Buenos Aires en cancha del Club Palermo.

Jacobo, parado sobre la izquierda

En este partido jugaría en su vieja posición de “centro half”, ya que sustituía al lesionado Luis Vaccaro. Era un encuentro cerrado, con pocas situaciones de gol y muy luchado en la mitad de cancha… a los diez minutos del segundo tiempo, surge una pelota dividida, Jacobo entiende que si apura el paso puede llegar antes que sus rivales Comolli y Van Kammenade y de hecho lo hace. La pelota le queda a uno de sus compañeros, pero él tarda en levantarse del suelo.

Tenía dos costillas fisuradas, y una de ellas había atravesado uno de sus pulmones. Claro que el no lo sabía, a pesar de que las crónicas cuentan que escupió sangre antes de poder incorporarse por sus propios medios. Como en aquel momento no había cambios, tampoco había suplentes que pudieran reemplazarle, y Jacobo no quería dejar a su equipo con un jugador menos.

Por eso se acercó a sus compañeros que no había tenido la oportunidad de jugar aquel día, y a pesar de sus ruegos para que abandonara la cancha, sólo aceptó que le dieran un pañuelo que le permitía limpiarse la sangre que le brotaba por la boca, y morderlo, para apaciguar el dolor que le provocaban las heridas.

Pasaron algunos minutos, y ya nadie se preocupó por la situación de Urso, aunque él sabía que le costaba respirar. Cerca de la media hora del complemento, tomó la pelota por el lado izquierdo, y logró generar un centro que le llegaría ni más ni menos que a su hermano Antonio, quien anotó el único gol del encuentro.

Ya con la llegada de los últimos segundos de partido, y la relajación lógica del final del encuentro, el mediocampista se relajó y no pudo evitar desmayarse, abatido por el dolor. Cuando despertó, el panorama era desolador, se encontraba internado en el Hospital Ramos Mejía, y le esperaban dos operaciones en las siguientes horas para intentar salvar su vida.

La placa que le distingue

Consciente de la situación, y lejos de los flashes masivos, Jacobo sólo accedió a charlar con un cronista del diario “El Telégrafo”, al que conocía anteriormente, y al que le dijo: “No lo lamento por mi, sino por mi Club que necesita de mis esfuerzos para escalar los puestos que faltan para colocarse San Lorenzo a la cabeza del Campeonato, con las Tribunas que hemos construido San Lorenzo es el mejor Club de Buenos Aires”.

Tras las dos intervenciones quirúrgicas, el estado general de Urso empeoró y terminaría falleciendo, ante la conmoción del deporte en Argentina, el 6 de agosto de 1922, a las 18:05, y con sólo 23 años. Fue velado en su casa de calle Beauchef 811, donde le acompañó una multitud de siete mil hinchas de San Lorenzo y fanáticos del fútbol, hasta su entierro en el cementerio del Oeste, ahora conocido como “de la Chacarita”.

Atrás quedaba su corta carrera, que en números podemos resumir con sus 107 encuentros disputados y seis goles; y por delante los innumerables homenajes recibidos, como por ejemplo el de la selección de Chescoslovaquia, una de las mejores de la época, que se encontraba de gira en Sudamérica, y que aprovechó para recordar al malogrado futbolista. Incluso, otros equipos se sumaron al luto, como Atlanta, que aportó una bandera gigante con los colores de ambos clubes.

Posteriormente, se ha homenajeado a Urso al otorgarle su nombre a la sala de trofeos de San Lorenzo, por una iniciativa de los directivos Carlos Carullo y Alberto Barja, mientras que la “Subcomisión del Hincha” de la institución entrega cada año los premios con su denominación a los deportistas de todas las disciplinas que más entrega hayan demostrado en el barrio de Boedo.

También hubo en algún momento, en las puertas del “viejo Gasómetro”, un busto de bronce y una placa con su nombre, su fecha de nacimiento, la de su muerte y la de su hazaña, que fue derribada junto con el estadio. Si pensamos en la vigencia de su mito, lo único que han podido derribar.

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Considerado de forma unánime como uno de los grandes futbolistas de la historia de su país, Haller fue el antecesor del camino que seguiría posteriormente Gerd Muller, aunque tal vez el hecho de no haber sido campeón del mundo le jugara en contra a la hora de entender por qué tanta diferencia de reconocimiento entre uno y otro. De todas formas su trayectoria sí le ha valido para ser uno de los primeros jugadores destacados de su país, tras Ludwig Janda, Horst Buhtz y Horst Szymaniak, por ejemplo.

Haller, que nació en julio de 1939 en Augsburg, comenzó su carrera en el club de la ciudad que lleva su mismo nombre, habiendo ingresado a sus divisiones juveniles cuando sólo tenía nueve años de edad, y entendiendo una filosofía de lucha muy propia de aquel momento de la vida de post guerra en Alemania.

Allí rápidamente comenzó a destacar entre sus compañeros, al punto de ser incluido en el primer equipo de cara a la temporada 1956/57. Desde un primer momento ya había actuado en la posición de mediocampista ofensivo, que si bien hasta el momento no estaba tan delimitada en el fútbol internacional, comenzaba a hacerse un sitio gracias a la aparición de jugadores como Haller.

Luego de algunos años en los que se estableció definitivamente como uno de los mejores jugadores de la Bundesliga, nuestro protagonista acudió al Mundial de Chile en 1962, en el que si bien Alemania sería eliminado por Yugoslavia en cuatros de final, varios ojeadores de distintos equipos, especialmente italianos, habían quedado sorprendidos por su gran nivel.

Fue así que a pesar de la lucha por sus servicios, el Bologna se hizo con sus servicios, pagando al Augsburg 300.000 francos alemanes, una cifra elevada para la época. Su desembarco en el Calcio no pudo haber sido más afortunado, ya que en su primera temporada, Haller se convirtió en uno de los mejores jugadores del Bologna, por aquel entonces de gran poderío, e incluso fue la gran figura en la victoria “rossoblu” ante un Inter dominador de la Serie A, que a la postre le daría el “Scudetto” a su equipo.

A tal punto alcanzó notoriedad entonces, que fue nombrado mejor jugador de esa temporada en Italia, siendo hasta el día de hoy uno de los grandes ídolos del Bologna, en donde jugaría seis temporadas más, manteniendo un nivel muy bueno, aunque sin alcanzar los picos de rendimiento de sus primeros meses. En total, jugó en el club 295 encuentros, anotando 80 goles.

Como parte de ese mismo proceso, y llegadas continuamente a Alemania las noticias sobre su gran rendimiento en el extranjero, fue nuevamente parte del proceso de clasificación al Mundial de Inglaterra 1966, al que llegaría como titular indiscutido, y con mucha mayor experiencia que a Chile. De hecho, en la primea ronda de la competencia anotaría dos goles, ambos en el 5 a 0 sobre Suiza, en el debut alemán.

Ya en cuartos de final, los germanos aparecían como una de las potencias del torneo, siendo Haller una de sus fuentes de confianza más importantes justamente Haller. De hecho, en esa fase anotaría otros dos goles, ante una débil Uruguay, y también marcaría en la semifinal de la competición, frente a la siempre complicada Unión Soviética, en la victoria 2 a 1.

De cara a la final, Alemania debía enfrentarse a los locales, y Haller no defraudó, ya que abriría el marcador en la gran final a los 12 minutos del primer tiempo, anotando así su sexto gol en el Mundial. No obstante, Inglaterra se impondría finalmente por 4 a 2 en un encuentro teñido de sospechas hasta el día de hoy, y el alemán fue opacado por los tres goles del británico Geoff Hurst.

Curiosamente, Haller pudo tomarse una pequeña revancha, ya que cuando los ingleses se encontraban en pleno festejo, decidió llevarse del campo el balón con el que se había disputado la final, que le correspondía al propio Hurst por haber anotado un “hat-trick”. 30 años después, recorrería al mundo la noticia de que el balón había sido devuelto a su legítimo propietario, gracias a una iniciativa del propio Haller.

Más allá de eso, el papel del mediocampista alemán en la gran cita del fútbol había sido visto por todo el mundo, y a pesar de jugar un par de años más en el Bologna, como mencionábamos, la Juventus hizo un esfuerzo y le contrato en 1968, gracias a uno de sus máximos accionistas, Giovanni Agnelli, el dueño de Fiat que se comprometió a pagar el fichaje, ya que se trataba de uno de sus futbolistas favoritos.

Una vez en la “vecchia signora”, Haller pasó dos temporadas muy difíciles de aclimatación, sobre todo a partir de los esquemas ultra defensivos del entrenador paraguayo Heriberto Herrera, quien le posicionaba por delante de la línea defensiva, quitándole maniobra y llegada a al área contraria, justamente sus mayores atributos.

Sin embargo, en 1971, y habiendo disputado también el Mundial de México el año anterior, aunque sin anotaciones ni un espacio fijo en el once titular, en gran parte debido a sus bajos rendimientos en la Juventus, pasaría a ser entrenado por checo Čestmír Vycpálek, quien le devolvió a su lugar natural, donde rápidamente volvería a ser considerado uno de los mejores del mundo, a pesar de tener ya 32 años.

Incluso, Haller se dio el gusto con la Juventus de obtener los campeonatos ligeros de 1972 y 1973, además de llevar al club por primera vez a una final de la antigua Copa de Europa, que los italianos perderían a manos del Ajax de Johan Cruyff, y a otra final de Copa Italia. En Turín, totalizaría 21 anotaciones en 116 encuentros disputados.

Luego de ello, en 1973, decidió regresar a su casa, y cuando decimos su casa nos referimos a Augsburg, y más precisamente al club donde había surgido. Allí estuvo hasta 1979, cuando se retiró de la actividad profesional, luego de un paso también por el Schwenningen, en la temporada 1976/77.

Tras abandonar el fútbol, se mantuvo cerca de los terrenos de juego, aunque en cargos de menor relevancia. No obstante, su recuerdo volvió a la mente de todos cuando su hijo, Jurgen, jugó algunos encuentros con el primer equipo del Augsburg, aunque sin demasiada suerte, a mediados de la década del ´80.

Su vida comenzó a apagarse tras la Navidad de 2006, cuando sufrió un ataque cardíaco, y aunque luchó, sometiéndose a varias operaciones, sólo su recuerdo está guardado en la retina de los hinchas que alguna vez le adoraron, y que para su regocijo, se cuentan por miles.

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