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Archive for October, 2011

Allahyarham Dato’ Mokhtar Dahari, como era su nombre completo, fue el más representativo futbolista en la historia de Malasia, nacido el 13 de noviembre de 1953 en Setapak, estado de Selangor. Incluso, muchos consideran que fue el mejor jugador asiático de la década del ´70, y nadie duda de que se trata del más importante integrante del Selangor FA de su país.
Mokhtar fue el primogénito del matrimonio formado por su madre, Aminah Binti Sharikan y su padre, Abeng Dahari, quien era conductor de camiones de transporte, y no ganaba el suficiente dinero como para asegurarle a su hijo una educación de calidad. Buscando mayores oportunidades, la familia se trasladó a Kampung Pandan cuando el niño tenía 11 años, comenzando a cursar la escuela secundaria en el Instituto Victoria de Kuala Lumpur, donde se acercó al fútbol.

Cuando le llegó la edad para volverse profesional, comenzó a representar justamente al Selangor, el club más importante del estado en el cual había nacido, y cuyos ojeadores habían visto sus cualidades en vivo en varias ocasiones. Su primer torneo fue la denominada Copa de la Juventud de Burnley, que el equipo no tuvo mayores inconvenientes en obtener.
En su primera temporada completa en el Selangor, se convirtió en el goleador del equipo, y más allá de las desprolojidades que podía presentar un torneo asiático hace cuatro décadas, empezó a colaborar decisivamente en la obtención consecutiva de hasta diez Copas de la Liga de Malasia, en las que convirtió 177 goles, transformándose en el ídolo de las masas juveniles.
Por este motivo fue rápidamente fue convocado para representar a su país, debutando con sólo 19 años en 1972, en un encuentro ante Sri Lanka. En muchos de los partidos sucesivos en los que Malasia fue local ante rivales regionales, no se hacían esperar los bramidos de la multitud bramando por “Supermokh” como lo había apodado.
Su momento de mayor reconocimiento internacional le llegó en 1978, cuando enfrentando Malasia a un combinado de Inglaterra B, entrenado ni más ni menos que por Bobby Robson, convirtió un gol desde la mitad del campo.
Finalmente decidió retirarse en mayo de 1986, tras haber ganado una vez más la Copa de Malasia, pero en enero del año siguiente decidió regresar para finalizar una temporada más como parte del Selangor, abandonando la práctica profesional algunos meses más tarde de forma definitiva.
Durante ese tiempo se caracterizó por una técnica especialmente depurada, la misma que le permitió anotar un sinfín de goles increíbles, y por esta razón fue que muchos fanáticos del fútbol en su país le compararon al final de su carrera con Diego Maradona, que en ese momento se había consagrado como el mejor del planeta en el Mundial de México. Incluso, tuvo la posibilidad de coincidir con él en un amistoso jugado ante Boca Juniors en 1982.
Una vez retirado, Dahari comenzó a percibir cada vez mayor cantidad de lesiones, posiblemente secuelas de sus años de futbolista, y por eso prefirió abandonar el equipo del Kwong Yik Bank, en el cual se había estado probando, para dedicarse a entrenar juveniles de Selangor, y empezando a pensar en la posibilidad de convertirse en técnico más adelante.
Algunos meses después, comenzó a experimentar problemas en su garganta, y el primer médico que lo vio le diagnosticó una enfermedad motora y neurológica, situación que sólo se comunicó a él y su esposa por precaución, y ante la gravedad del cuadro. Allí, la pareja se desplazó a Londres en busca de una cura para este problema.
En ese momento, la prensa infirmó que Mokhtar sufría una distrofia muscular, atendiendo a la gran cantidad de casos de esta enfermedad que se habían presentado en el fútbol italiano por aquel entonces.
Tras tres años luchando, Dahari falleció el 11 de julio de 1991 en el centro médico Subang Jaya, manteniéndose aún la confusión acerca de cual había sido el verdadero causante de esta situación. Sin embargo, todo quedó aclarado cuando la “National Geographic” publicó un documental, denominado “La verdad no revelada sobre Supermokh” (1234), en el que se cuenta el proceso de tratamientos que derivó en su muerte.
Desde entonces, sus restos descansan en el cementerio musulmán de Taman Keramat Permai, en Bukit Permai. Su leyenda, la del Maradona malayo, sigue más viva que nunca.

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El sueco Erik Nilsson comenzó su carrera jugando para el conjunto del Limhamns IF, el más importante de la ciudad del mismo nombre, donde había nacido el 6 de agosto de 1916, destacando desde pequeño por su agilidad para recorrer el terreno de juego y fino toque con la pierna zurda, por lo que se le ubicó en la posición de lateral izquierdo, llegando a ser uno de los más grandes defensores de la historia de su país.
En 1934 fue contratado por el Malmö FF, uno de los clubes más importantes de la Liga local, en donde jugó hasta 1953 ininterrumpidamente. En ese lapso, disputó 326 encuentros, anotando apenas dos goles, pero contribuyendo de forma decisiva a la obtención de cinco campeonatos locales, y también cinco Copas de la Liga.
Representando a su nación, Nilsson vistió la camiseta sueca en 57 oportunidades, participando con éxito en una gran cantidad de torneos internacionales. El primero de ellos fue justamente el Mundial de 1938, en el que consiguió junto a sus compañeros un muy meritorio cuarto puesto en Francia.

Tras unos años sin torneos de relevancia por los hechos acontecidos en la contienda bélica, Suecia y Nilsson particularmente regresaron en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948, cuando marcó la historia de sus compatriotas, al obtener ni más ni menos que la medalla de oro en fútbol, derrotando a una poderosa selección de Yugoslavia en la final.

Dos años más tarde, los nórdicos acudieron a la Copa Mundial de Brasil, competencia en la que el equipo finalizó tercero, por detrás de los locales y Uruguay, el campeón, en el grupo definitorio final. Muchos de los diarios y publicaciones que cubrieron el evento, no dudaron en ese momento en incluir a Nilsson como parte del mejor equipo del torneo, destacando especialmente su notoria incidencia en el juego, sumada a su capitanía, poco común para un defensor.
El anteúltimo agachado. Mundial 1950
Fue tal la actuación suya en esta competencia, que el Milan de Italia realizó una oferta por sus servicios, y cuando todo parecía encaminado a cerrarse, a un directivo se le ocurrió preguntar por su edad, y tras oír que tenía 34 años, inmediatamente cancelaron las tratativas.
Pero, aunque entonces no fue tema de conversación, este futbolista había instaurado en aquella cita un récord que comparte con el suizo Alfred Bickel, en cuanto a mayor cantidad de años pasados entre dos Mundiales disputados.
De todas formas, hilando fino, podría decirse que la marca pertenece, por una cuestión de días, a Nilsson, quien esperó 12 años y 6 días para regresar a la competencia más importante del fútbol a nivel mundial, entre el 19 de junio de 1938 y el 25 de junio de 1950. Además, ese año fue escogido como el mejor jugador sueco de la temporada, con el premio “Guldbollen”.
A los dos años, ya cerca del retiro pero encumbrado como uno de los líderes futbolísticos de Suecia, participó en los Juegos Olímpicos de Helsinki, Finlandia, donde logró la medalla de bronce, al derrotar en el encuentro por el tercer puesto a Alemania Federal por 2 a 0.
Fallecido el 9 de septiembre de 1995, en 2003 fue incluido en el Salón de la Fama del Fútbol Sueco, y siempre sobresalió su fuerte personalidad, que muchas veces le hizo enfrentarse a periodistas, como en el mismo Mundial de Brasil, cuando le preguntaron qué opinaba cerca del partido, y respondió que no podía entender como un “profesional” no podía emitir su propio juicio de valor.

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Probablemente una de las selecciones más insólitas que participaron en los Mundiales fue aquella de Zaire en 1974, traída a colación muchas veces por el curioso hecho de que algunos de sus integrantes ni siquiera conocían completamente las reglas del fútbol. Entre ellos, no obstante, hubo uno que llegó a destacarse, antes de ser abandonado por la comunidad del deporte a la que tanto le había dado.
Pierre N´daye Mulamba, tal su nombre completo, nació el 4 de noviembre de 1948 en la ciudad de Luluabourg, hoy conocida como Kananga, y que por aquel entonces formaba parte de Zaire, siendo un interesante mediocampista ofensivo que fue conocido bajo los sobrenombres de “volvo” y “el asesino”, éste último por su capacidad para llegar al gol. Incluso, debutó en la Primera División de su país con apenas 15 años, en el Renaissance du Kasaï.

A pesar de los esfuerzos de su padre para que abandonara el fútbol y se dedicase a los estudios, su talento fue más fuerte, y dos temporadas más tarde le contrató el club de los “Hermanos Belgas”, debutando en un clásico frente al Unión San Gilloise, y marcándole dos goles. De hecho, fue preseleccionado para la Copa África de 1968, la primera que ganaría su país, aunque se perdió la cita debido a que el entrenador Ferenc Csanadi prefirió a los jugadores que actuaban en el fútbol belga.
En 1972, abandonó su puesto de profesor en una escuela primaria para abocarse definitivamente al deporte, firmando un contrato con el AS Bantou. Allí ganó buena parte de su fama a nivel nacional, y los hinchas del club comenzaron a adorarle realmente.
Sin embargo, su carrera a nivel clubes protagonizó su momento de mayor esplendor en 1973, cuando formando parte del AS Vita Club, se consagró campeón de la Copa de Campeones de África, una especie de equivalente de la Champions League europea. Gracias a ello, se ganó la posibilidad de comenzar a integrar el combinado de su país que disputó ante Marruecos la histórica clasificación al Mundial de Alemania al año siguiente, la primera de una nación subsahariana.
En aquella época, la Copa de África se jugaba antes del propio Campeonato del Mundo, y Zaire acudió como una de las cenicientas del torneo. En la primera ronda, logró clasificarse en el segundo puesto de su grupo gracias a tres anotaciones de N´daye, entre otras. Las semifinales se produjeron entonces ante el local Egipto y Zaire se impuso por 3 a 2 con dos goles de Mulamba, siendo que uno de ellos le dio el triunfo de forma definitiva en la segunda etapa.
La final se disputó el 12 de marzo ante Zambia. Éste conjunto se adelantó en el marcador a falta de cinco minutos para el final de primer tiempo, pero un gol de N´daye puso la igualdad a los 20 minutos del segundo tiempo. El encuentro se marchó a tiempo extra, y nuestro protagonista volvió a anotar a falta de tres minutos para finalizar la segunda prórroga, pero en la última jugada del partido Sinyangwe estableció el empate definitivo.
De esa forma, la final se decidiría en un nuevo enfrentamiento, dos días más tarde. En aquella oportunidad, el triunfo de Zaire por 2 a 0 fue claro, y N´daye se consagró como la estrella de la competencia, anotando otros dos goles, y fijando su marca en nueve, lo que hasta el día de hoy se ha constituido como la mayor cantidad de anotaciones en una sola edición de la Copa África.
En su regreso a Zaire, toda la selección fue condecorada por la obtención de un título por el mismísimo presidente, Mobutu Sese Seko, quien honró particularmente a N´daye otorgándole la “Orden de la Nación”, el mayor reconocimiento a un ciudadano de Zaire.
Ya asentada la selección en Alemania, fue designado capitán de su equipo, y jugó como titular desde luego en el debut en la competencia ante Escocia, que se saldó como derrota por 2 a 0, con una de todos modos digna actuación de los africanos. Al encuentro siguiente, se produjo la histórica derrota ante Yugoslavia por 9 a 0, en la que N´daye fue expulsado cuando iban 22 minutos de comenzado el encuentro, cuando su equipo ya caía por cuatro goles. Ya en el último encuentro del grupo, con la historia juzgada, Zaire cayó por 3 a 0 ante Brasil y se despidió para siempre de los Mundiales, al igual que el propio N´daye.
Posteriormente, Mulamba declaró a la prensa de su país que el bajo rendimiento del equipo ante Yugoslavia se debió a una señal de protesta de los jugadores. Concretamente, les habían prometido un premio de 45.000 dólares por cabeza si derrotaban a los europeos, pero un directivo de la Federación se fugó con el dinero antes del partido, provocando la furia de los futbolistas. “Era demasiado dinero para nosotros” sostiene cuando se le pregunta por qué humillaron a su patria de esa forma.
Su carrera continuó igualmente con éxito en su país, aunque las lesiones comenzaban a hacer mella en su físico. De hecho, se las ingenió para clasificar al Vita Club otra vez a la final de la Copa de Campeones de África, en 1981, pero en esa oportunidad caerían derrotados ante el Vita Kinshasa, y pocos meses más tarde decidió su alejamiento del fútbol profesional.
Desde ese momento, su nombre fue borrado de cualquier competencia futbolística de elite, hasta 1994, cuando la Confederación Africana de Fútbol lo invitó a la Copa África a disputarse en Túnez, donde fue homenajeado.
Sin embargo, en su regreso a Zaire, se encontró con que la Guerra Civil había estallado, y un soldado del ejército, creyendo que al ser un exitoso futbolista retirado tenía dinero para entregarle, le disparó en una de sus piernas. Su recuperación le demandó ocho meses, y para llevarla a cabo fue acogido por su ex compañero Emmanuel Paye-Paye. A los dos años, en medio de la cruenta Primera Guerra del Congo, su único hijo varón fue asesinado, y decidió huir como un refugiado político hacia Sudáfrica, dejando a su esposa y una hija.
Primero estuvo en Johannesburgo, pero tras un tiempo sin tener suerte en su búsqueda de trabajos, se trasladó hacia el sur de Ciudad del Cabo, donde fue acogido por una familia local, que lo rescató de sus excesos con el alcohol, y le enseñó a manejarse medianamente con el inglés, considerando que sólo sabía hablar francés y eso también dificultaba su rutina.
Era tal el desconocimiento que el mundo del fútbol tenía de su paradero, que en 1998, durante la disputa de la Copa Africana de Burkina Faso, se realizó un minuto de silencio, ya que se había informado erróneamente que había muerto trabajando en una mina en Angola, a causa de una explosión.

Sin embargo, en silencio siguió trabajando para enviar dinero a su mujer, que finalmente fallecería de cáncer en 2008. En ese año y el siguiente, mientras tanto, se filmó un documental denominado “Oro Olvidado”, en el que se realizó una recorrida de su carrera, llevándolo los productores del mismo, nuevamente hacia su país, en este caso la República Democrática de Congo, para visitar la zona donde entrenaba, vivía y demás.

Ya llegado el 2010, N´daye, seguía afincado en Sudáfrica, habiendo manifestado en varias ocasiones a la prensa su entusiasmo por el hecho de que por fin un Mundial hubiera llegado al continente negro. No obstante, las autoridades una vez más se burlaron de él, dejándolo sin entradas oficiales para los encuentros del torneo.

Como él mismo describe muy bien, “los héroes deportivos son tratados en otros países como dioses, mientras que hay que ver lo que me han hecho a mi en mi tierra”.

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Cuando la selección norteamericana derrotó a su par de Inglaterra en el Mundial de Brasil 1950, el 29 de junio de ese año, veintitantos futbolistas entraron en la historia grande de su país. Uno de ellos era el arquero Frank Borghi, que al comienzo de su carrera se había convertido en beisbolista profesional. No obstante, su leyenda dice mucho más que eso.
Borghi, nacido el 9 de abril de 1925 en una familia de ascendencia italiana, había sentido desde muy chico fascinación por los deportes de conjunto. Por esta razón, sus primeros pasos los dio en distintos equipos de béisbol de St. Louis, utilizando el fútbol, que en aquel entonces era un deporte de invierno, para mantenerse en forma fuera de temporada.
Lo curioso del caso es que estaba convencido de la inutilidad de sus pies para la alta competencia, por lo que en ningún caso los utilizaba en el fútbol, reemplazándolos por los brazos en pelota en movimiento, y pidiendo la ayuda de algún compañero al sacar desde su arco.
Frank, que se definía como un gran patriota, acudió al reclutamiento voluntario que el gobierno norteamericano realizó tras el ataque a Pearl Harbour en 1942, el mismo que significó la entrada en la Segunda Guerra Mundial de su país. Posteriormente, fue trasladado a Europa para combatir en el frente de batalla.
Fue tal el auxilio que prestó a los heridos, oficiando como médico y enfermero, que logró ser condecorado con dos “corazones púrpuras” y dos “estrellas de bronce”. Curiosamente, uno de sus rescatados fue ni más ni menos que el célebre locutor de encuentros de béisbol Jack Buck, a quien le salvó la vida, como a muchos otros.
Al regreso de la contienda bélica, y con 20 años, Borghi se decidió finalmente a probar suerte en los deportes que amaba para ganarse la vida con ellos. Aunque primero optó por el béisbol, luego debió inclinarse por el fútbol, ya que mostraba unas excelentes aptitudes para jugar con sus brazos, lo que le daba gran talento en el arco.
A los pocos meses comenzaría su etapa más laureada como futbolista, la que le tuvo como integrante del conjunto del St. Louis Simpkins-Ford, ayudándole a ganar la Copa U.S Open, denominada igual que el Grand Slam de tenis, en los años 1948 y 1950. En este mismo conjunto, a pesar de que era semi-profesional, logró darse a conocer, y se ganó la posibilidad de acudir al Mundial de Brasil.
De cara al Campeonato Mundial de 1950, era tan poca la trascendencia que el fútbol tenía en Estados Unidos que sólo un reportero de aquella procedencia concurrió a la cita: se trataba de Dent McSkimming, quien de todas formas tuvo que pagar el viaje de su propio bolsillo, ya que los periódicos no estaban interesados, y lo hizo ampliamente influido por su amistad con varios componentes del equipo nacional.
Aunque poco pudo hacer para evitar la derrota ante España en su debut en la competencia, Borghi fue la gran figura de un encuentro que marcaría la historia mundialista de su país. El 29 de junio, Estados Unidos derrotó a Inglaterra por 1 a 0, eliminándolo a la postre del torneo, y logrando el mayor hito futbolístico de esta nación.
Incluso, se han tejido varias historias en torno a este encuentro. Por ejemplo, se cuenta que las apuestas a favor de los americanos eran de 500 a 1, mientras que el entrenador británico, Walter Winterbottom, decidió resguardar al talentoso Stanley Matthews, reservándolo para el posterior encuentro ante España, algo que acabaría pasándole factura.
“Esperaba poder contenerlos y que sólo marcaran cinco o seis tantos” admitió luego del encuentro el propio Borghi, quien en los primeros doce minutos del mismo había recibido dos pelotazos en los palos, aunque luego pudo contener al ataque inglés. No obstante, algunos periódicos no quisieron publicar el resultado por miedo a que fuera falso, y otros lo cambiaron por un 10 a 1 a favor de los europeos, pensando que existía un error de tipeo.
Interpretado por Gerard Butler

Tiempo después, en 1955, fue destacado como “Jugador más Valioso” de la Comisión de Fútbol de Missouri, retirándose al año siguiente de la práctica profesional, siempre en los Simpkins. Entonces Frank se convirtió en director de una funeraria, en la que además había trabajado siendo joven, cuando el sueldo de futbolista no le alcanzaba.

En 1976, fue condecorado junto con todos sus compañeros que habían formado parte de la selección de Estados Unidos en el Mundial de Brasil como integrante del Salón de la Fama de Fútbol Estadounidense. De hecho, fue tal la trascendencia de ese hecho, que los norteamericanos regresaron a la mayor cita del fútbol recién 40 años más tarde, en el Mundial de Italia 1990.
Por último, en 2005 se estrenó la película “The Game of Their Lives”, o “El Partido del Milagro”, haciendo alusión justamente al encuentro disputado entre Estados Unidos e Inglaterra, en la que Borghi era interpretado por el actor Gerard Butler; y la cual está basada en el libro escrito anteriormente por Geoffrey Douglas, del mismo nombre. Él estuvo presente en el lanzamiento y fue una de las estrellas del mismo, como ya lo es del deporte norteamericano.

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Cuando Bebeto marcó aquel recordado gol ante Holanda, en los cuartos de final del Mundial de 1994, su hijo Matheus Oliveira tenía apenas dos días de edad. Como su padre no le había visto nacer, decidió homenajearlo de algún modo con aquella celebración que recorrería el mundo, en la cual balanceaba sus brazos, como si su pequeño estuviera allí, hamacándolo.

Lo siguiente en Estados Unidos es historia conocida, Bebeto saldría campeón del mundo junto con el “scratch” tal vez menos vistoso de la historia, y luego se convertiría en ídolo absoluto en el Deportivo La Coruña. Pero la historia de su hijo recién comenzaba a escribirse de forma paralela en aquel julio del ´94.

Junto a Lucho Nizzo, entrenador de la sub16 de Brasil

De hecho, poco tiempo después, fue el propio atacante quien comentó que Matheus mostraba algunas interesantes aptitudes para el fútbol, lo cual lo llenaba de orgullo. El relato, no obstante, cayó en el olvido una vez retirado Bebeto, hasta que hace algunos años, en una de las convocatorias de la selección sub13 de Brasil, trajo a colación un nombre que quizá le pareció familiar a más de un seguidor carioca: Matheus Oliveira.

Es que el chico confirmó en los años que le mantuvieron en la sombra que es un gran proyecto de futbolista, y que su padre, al hacerlo recorrer el mundo de la mano de un festejo, le había otorgado también el tan maravilloso don del fútbol. De hecho, en marzo de este año firmó su primer vínculo profesional con el Flamengo, que le ha puesto una cláusula de rescisión de 14 millones de euros ante el interés, entre otros, del propio Deportivo.

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Junto al capitán húngaro

Cuando Edgar Davids apareció en el la temporada 1999/2000 utilizando sus clásicas gafas deportivas, algo que no había hecho antes en los Mundiales de Estados Unidos ni Francia, se informó desde varios sitios que era la primera vez en la historia que se veía algo así, en una competencia de tal nivel. Sin embargo, esa innovación que tuvo un fuerte impulso tecnológico detrás con firmas como Nike, había sido presentada por primera vez, alejada de todos los flashes, en la Copa del Mundo de 1938 en Francia, por nuestro protagonista: Achmad Nawir.

Lo curioso del caso no es sólo esta cualidad del indonesio, sino que además se trata del hombre que fuera capitán del combinado de su país, cuando participó en el tercer Mundial de la historia, representando en ese momento a las denominadas “Indias Orientales Holandesas” -clasificadas porque Japón estaba en guerra con China-, que en su única participación en el evento, cayó derrotado por 6 a 0 ante el gran equipo que tenía Hungría.
La realidad es que, aunque Nawir, que jugaba como mediocampista en el Soerabaja HBS, y sus compañeros sólo disputaron dos encuentros de primer nivel, ya que también lo hicieron frente a Holanda en un amistoso antes de regresar de Paris, perdiendo por 9 a 2, él quedó en la historia por los clásicos lentes de miopía que llevaba en el terreno de juego. Los mismos con los que el resto del tiempo atendía a sus pacientes, porque era médico recibido.
La leyenda del encuentro ante Hungría cuenta además que el entrenador holandés de las Indias Orientales, Johannes Mastenbroek, realizó dos modificaciones entre sus jugadores, aprovechando la similitud física entre ellos, y el lógico desconocimiento acerca de sus características particulares.
“Parecía el enfrentamiento entre 22 atletas húngaros, que cada vez que llevaban la pelota, eran perseguidos por 11 pequeños hombres” sostuvo algún tiempo después del encuentro, una vez retirado. Nawir, que había nacido en 1911, falleció en abril de 1995, dejando una huella imborrable en el aún insipiente libro de las glorias deportivas de su Indonesia.

Actualización

Continuando con la búsqueda de historias increíbles en el fútbol mundial, constaté que realmente este futbolista no había sido el primero en utilizar lentes, registro que le corresponde al suizo Leopold Kielholz, que introdujo esta innovación cuatro años antes, en Italia 1934.

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“¡Yo sé lo que digo, carajo, Tomassini esta vivo!” se puede escuchar aún hoy a algún peruano, al ser consultado por sus hijos o nietos acerca del destino de este futbolista, que según la historia oficial, falleció en la tragedia aérea de Alianza Lima que se produjo en 1987, pero que nunca terminó de confirmarse en cuanto a sus causas, y ni siquiera consecuencias.
Tomassini, el primero a la izquierda, abajo
En cualquier caso, Tomassini fue un futbolista peruano nacido el 29 de junio de 1964, que desde pequeño comenzó su formación profesional en el Alianza Lima, llegando a establecerse en el primer equipo de la institución, en momentos de gloria de la misma, cuando el fútbol de ese país gozaba de una reputación que ha ido perdido con el tiempo, y que ahora sueña con recuperar.
Su caso era totalmente adverso al de la mayoría de sus compañeros, ya que ellos eran en su mayoría proveniente de barrios muy humildes, con problemas de alimentación en su niñez, y de piel morena. Tomassini era totalmente blanco, venía de una familia rica, y había tenido una educación de primer nivel. Para colmo, su estilo fuerte pero tosco, contrastaba con la técnica depurada pero los físicos débiles de sus compañeros.
Llegado 1987, Alianza poseía uno de los equipos más prometedores de su historia, incluso con la contratación del entrenador Marcos Calderón, el que más títulos ha conseguido hasta el momento en el fútbol local. El 7 de diciembre de aquel año, Alianza viajó rumbo a la ciudad de Pucallpa para enfrentarse en un partido correspondiente al campeonato nacional al Deportivo de esas ciudad, con serias chances de consagrarse campeón del torneo.
Los capitalinos se impusieron por 1 a 0, con gol de Carlos Bustamante, y varios de los fanáticos que habían viajado a apoyarlos comenzaron incluso con algunos tímidos festejos. A la hora de regresar a Lima, el equipo arregló con la Marina de Guerra de Perú un vuelo chárter a bordo de un avión Fokker, al día siguiente.
La historia oficial cuenta luego de eso que, a pocos kilómetros de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima, el avión cayó en el mar a la altura de la localidad Chalaca de Ventanilla. Las cifras determinaron que el accidente se llevó la vida de 43 personas, entre ellos 16 futbolistas, 5 miembros del cuerpo técnico, 4 dirigentes, 8 barristas, 3 árbitros y 7 tripulantes de la nave.
Imágenes de la tragedia
El único sobreviviente fue el piloto, Edilberto Villar Molina. Mientras tanto, Alianza Lima finalizó su participación en el campeonato de 1987 jugando con juveniles y algunos jugadores prestados por el club chileno Colo-Colo, quien había vivido una tragedia similar y acudió en su apoyo debido a la amistad entre las hinchadas de ambos clubes. Del avión se rescató, además, un balón con el que se había disputado ese último encuentro, y aún hoy está guardado en las oficina de la institución.
Ya en el año 2006, una investigación periodística sacó a la luz el informe oficial preparado por la Marina de Guerra del Perú, en el que se señalaba que la aeronave presentaba fallas técnicas y que el piloto carecía de experiencia para realizar vuelos nocturnos.
Pero más allá de estos sucesos, lo extraordinario alrededor del accidente de Alianza Lima es la gran cantidad de tiempo que acaparó en los medios por aquel momento, conforme el mar devolvía los cuerpos de los futbolistas, y la gran cantidad de historias fantásticas que se tejieron alrededor del paradero los que que nunca fueron encontrados: Luis Escobar, Francisco Bustamante, Alfredo Tomassini, Gino Peña y William León.
Una de ellas cuenta que se produjeron terribles incidentes entre el personal naval y los familiares de éstos futbolistas desaparecidos, ya que no les permitieron registrar el lugar con lanchas cuando aún había posibilidades de supervivencia, y que incluso los reprimieron a tiros.
El diario “La Crónica”, publicó el 10 de diciembre que “los integrantes de la delegación aliancista, en un dramático diálogo con el piloto del avión, tras conocerse del percance sufrido por la máquina, prefirieron inmolarse para no causar la muerte de numerosas personas, que de hecho habría ocurrido si el avión se precipitaba a tierra”, motivo que catapultó a estos futbolistas a ser vistos como verdaderos héroes patrios.
Corrió también un relato que hablaba sobre una posible salida con vida de Tomassini de ese accidente, considerando que sólo se había roto una pierna tras el choque, y que era un experto nadador, con certificados internacionales en la materia.
De hecho, “La Gónica”, otra publicación local, afirmó que “Tomassini luchó con mucho coraje por mantenerse a flote mientras mantenía un diálogo con el piloto. El marino habría alentado esta conversación para que el jugador no desfalleciera por el agotamiento, sin embargo, no pudo resistir más y se perdió para siempre en el mar de Ventanilla”.
Se tejieron allí hipótesis sobre una posible vinculación entre la marina y el tráfico de drogas. Que probablemente el piloto había matado a Alfredo, o que le habían obligado a salir de incógnito del país. Si hasta algunos dicen que aún está vivo, radicado en España bajo otro nombre.
La realidad es que nunca más se volvió a saber de Alfredo Tomassini, al menos hasta el el 27 de junio de 1991, cuando en Lima se fundó un club que actualmente lleva su nombre, como un pequeño homenaje no sólo a él, sino a todos los que perecieron en aquel accidente.

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Pocas personas tienen la oportunidad de reivindicarse de pequeños errores, y son menos aún las que saben aprovechar esas oportunidades de la vida. En el caso de Trautmann la situación se agudiza, ya que se trató de uno de los pocos integrantes de los ejércitos que lucharon la Segunda Guerra Mundial, que pudo devolverle algo, por más pequeño que sea, a aquellas personas a las que tanto les había quitado con su accionar en la contienda.
Pero la historia de este alemán es larga, y merece ser contada, así que allí vamos. Lo primero es que nació en la ciudad de Bremen, un 22 de octubre de 1923, en medio de una sociedad destrozada por los acuerdos firmados tras el final de la Primera Guerra Mundial, y en cuyo interior comenzaba a surgir la figura emergente de Adolf Hitler. Su padre trabajaba en una fábrica, su madre era ama de casa, y tenía un hermano, Karl-Heinz, quien también era su gran amigo.
Cuando los chicos crecieron, a su padre se le hizo imposible mantener los impuestos de su vivienda, y debieron mudarse a un departamento en un barrio de trabajadores en Gröpelingen, donde vivirían hasta 1941. Allí fue donde Bernhard -su nombre de pila- comenzó a demostrar un gran interés en los deportes, especialmente el fútbol, el balonmano y el atletismo.

Por esa misma razón no dudó en unirse al club Blaus and Weiss, de esa zona, al mismo tiempo que estudiaba en la Asociación Cristiana de Jóvenes, aunque sin demasiada convicción. En cambio, en agosto de 1933, y siendo apenas un niño, decidió enrolarse en la Jungvolk, una célula de la que se desprendería luego la Juventud Hitleriana.
Incluso, al año siguiente participó junto a otros seguidores de varios juegos atléticos en la región, ganando muchos de ellos, y logrando ser destacado por el mismo presidente alemán, Paul von Hindenburg. Una vez que la llegada el ascenso de Hitler al poder se hizo realidad, Trautmann ingresó a las fuerzas aéreas como mecánico en motores.
Totalmente consubstanciado con la causa nazi, en 1941 decidió unirse a la temida Luftwaffe, la fuerza aérea, aunque en principio sólo para trabajar como operador de radios y radares. Sin embargo, no mostró aptitud para el puesto, y fue enviado a la sección de paracaidismo, de la cual tenía sólo remota idea.
Londres, bombardeada
Con el avance de las tropas alemanas, fue enviado al distrito de Spandau para servir como una segunda línea en el ataque a Polonia, pero como las batallas habían sido superadas con éxito, sólo se dedicaba a practicar allí sus deportes favoritos con sus compañeros, en espera de nuevas instrucciones.
Sin embargo, en medio de una de las tantas bromas que se jugaban entre ellos, se produjo un accidente con un automóvil en el que Trautmann salió herido, motivo por el cual fue juzgado por sus altos mandos, quienes le impusieron tres meses de prisión como pena. Pero, a la semana de entrar a la cárcel, se le diagnosticó apendicitis, por lo que fue operado y paso el resto de la sentencia en el hospital militar.
Una vez recuperado, en octubre de ese año, se unió al 35º pelotón en Dnepropetrovsk, Ucrania, donde los alemanes se había detenido ante el avance del crudo invierno soviético. Durante algunos meses, su tropa sólo se dedicó a realizar ataques sorpresa, mostrando él una gran habilidad, por lo que fue ascendido a a cabo.
Durante todo el año siguiente, siguieron golpeando las puertas del corazón comunista, pero no pudieron lograr más ofensivas, aunque Trautmann particularmente ganó cinco medallas de honor por su accionar en el frente de batalla, incluyendo una Cruz de Hierro de Primera Clase.
Ya ascendido a general por sus labores de planeamiento de ataques, fue confinado a Francia junto con otros restos de pelotones, en la espera del ataque norteamericano. Fue entonces uno de los pocos sobrevivientes de los bombardeos aliados en Kleve, y en ese mismo momento se decidió a regresar a su casa.
La tarea no era sencilla, ya que podía ser disparado tanto por integrantes de un bando, por enemigo, como del otro, por desertor, aunque decidió correr el riesgo de todas maneras. Sin embargo, dos soldados estadounidenses lo capturaron en una granja en medio de su escape, y tras negarse a darles información, aprovechó un descuido para darse a la fuga, pero a las pocas horas, topó con un guardia británico, que lo aprisionó.
Inicialmente fue enviado a Bélgica, pero más tarde lo llevaron a Essex, Inglaterra, donde fue interrogado otra vez. Considerando que había sido instruido desde pequeño en el pensamiento alemán, fue catalogado como “categoría C”, es decir, un nazi de la más alta escala. Unos meses después, lo llevaron a otro campamento en Marbury Hall, donde se le rebajó a categoría “B”.
Para 1947, llegaría a su destino final como prisionero, el pequeño pueblo de Ashton-in-Makerfield, donde junto a los demás condenados se pasaba las horas jugando al fútbol, incluso contra los guardias que le vigilaban el resto del tiempo. Era mediocampista, aunque en un choque se produjo una lesión, y decidió intercambiar roles con el guardameta Gunther Luhr. Allí también se ganó el nombre de Bert, ya que a los ingleses les costaba decir Bernd.
Para cuando se estableció el cierre del campo de prisioneros, a Trautmann le ofrecieron regresar a su país, aunque para entonces había hecho amigos y le pareció mejor quedarse en Gran Bretaña, trabajando en una granja, aunque al poco tiempo aceptó un trabajo para desactivar bombas en Liverpool, amparado en el anonimato.
En ese momento comenzó a jugar para el St. Hellen Town, un equipo menor que se interesó en él porque le había sido recomendado a un dirigente. Sus actuaciones fueron tan determinantes, que incluso clasificó al equipo a la final de la desaparecida Copa Mahón, en la que nueve mil espectadores se dieron cita para poder verle en vivo.
Con la temporada 1949/50 a punto de comenzar, su nombre estaba agendado en una docena de equipos de la Premier, aunque finalmente firmó por el Manchester City, el 7 de octubre del ´49. La noticia, que había causado expectativa a los seguidores “citizen”, fue tomada de mala manera cuando la prensa divulgó su pasado nazi, al punto de que los fanáticos realizaron varias protestas contra su fichaje.
Para colmo de males, Trautmann tenía la misión de hacer olvidar en el campo de juego al histórico Frank Swift, uno de los mayores ídolos del City, recién retirado. De hecho, aunque ni sus propios compañeros estaban convencidos, el capitán Eric Westwood, quien además había sido veterano de Normandia, afirmó en su presentación, “no existen guerras en este vestuario”.
El portero hizo su debut entonces el 19 de noviembre ante el Bolton, y con su buena actuación logró acallar parte de las críticas en su contra. Sin embargo, los hinchas de los demás equipos no eran tan solidarios, y en diciembre recibió siete goles contra el Notts County, en buena parte por sus problemas de concentración, según el mismo dijo.
Su primera visita a Londres, la ciudad que el mismo había bombardeado, se produjo en enero de 1950, ante la atenta mirada de la crítica, que fue despiadada con él, al referirse los medios a su persona como nazi, o “kraut”. Se esperaba entonces una derrota del City, pero Trautmann fue la gran figura del encuentro, al punto de ser en buena parte causante de la victoria. Incluso, cuenta la leyenda, que ambas parcialidades lo aplaudieron una vez finalizado el encuentro.
La jugada de su lesión
Ese mismo año el City descendería, pero tras una temporada en la Championship regresó para la campaña 1951/52. Luego de eso, el ex paracaidista se estableció definitivamente como uno de los mejores arqueros del Reino Unido, por lo que podría inferirse que su pasaje por una categoría inferior le sirvió mucho a nivel moral.
En los siguientes años, jugó 245 de los 250 encuentros que disputó el City, lo que provocó que el Schalke de su país, que se había fijado en su gran nivel, ofertara 1.000 libras por sus servicios, aunque los ingleses, que ya le habían tomado aprecio, respondieron negativamente a la propuesta, argumentando el que futbolista valía al menos, “20 veces más”.
Con la llegada de Les McDowall al cargo de entrenador, se impuso en el equipo la tendencia a mantener la posesión del balón todo lo posible, por lo que se requería de su habilidad con los pies para ayudar a sus compañeros. Además, con los entrenamientos, comenzó a practicar en lanzar el baló directamente a los “alas” del equipo, Ken Barnes y John McTavish, una técnica que tomó del gran Gyula Grosics.
Usando este sistema, el City llegó a la final de la Copa FA de 1955 ante el Newcastle, convirtiéndose Trautmann en el primer alemán en alcanzar esa instancia. Las “urracas” eran favoritas, por haber ganado el torneo en 1951 y 1952. El comienzo no fue el mejor, y antes del minuto de juego, ya perdían por 1 a 0, con un gol de Jackie Milburn, y para colmo de males, Jimmy Meadows se lesionó dejándolos con diez hombres.
Eso obligó a modificar el esquema de los “ciudadanos”, que entonces no podían contar tan fácilmente con las salidas desde su meta, y finalmente perderían el encuentro por 3 a 1, aunque habían logrado igualarlo al finalizar la primera etapa. A pesar de la derrota, el club saldría sumamente fortalecido.
De hecho, a la temporada siguiente el City no sólo regresó a la final de la FA en busca de venganza, sino que también logró terminar cuarto en la Premier League. Pero volviendo a la primera competencia, esta vez el rival en la fase decisiva, era el Birmingham City.
Condecorado por Isabel II
Trautmann llegaba fortalecido, ya que había sido escogido como mejor jugador del año antes de la contienda, y en general todo el equipo estaba mucho más fuerte que el año anterior. Promediando el segundo tiempo, los celestes se habían adelantado por 3 a 1, y el Birmingham atacaba con todas sus fuerzas. En una jugada aislada, el delantero Peter Murphy chocó con sus rodillas contra el cuello del alemán.
No podía levantarse del suelo, y sufría convulsiones, pero uno de los ayudantes del equipo le explicó que no tenían más modificaciones, por lo que debería intentar continuar en el terreno de juego. No sólo lo hizo, sino que sacó una pelota del propio Murphy que con toda seguridad se iba a convertir en el descuento. El City se consagró y los hinchas reconocieron sus esfuerzo en tales condiciones.
Al día siguiente se celebraba la cena de campeones, pero Trautmann no pudo asistir debido a que aun le dolía mucho la zona del golpe, por lo que prefirió ir al hospital San Jorge para revisar sus heridas, aunque se marchó cuando le dijeron que sólo se trataba de un calambre.
Las molestias en su cuello, sin embargo, no había calmado al cabo de tres días, y por eso consulto a un médico del “Manchester Royal Infirmary”, quien le realizó una radiografía, diagnosticándole cinco vértebras dislocadas en el cuello, una de las cuales además estaba partida al medio. El accidente había estado incluso cerca de quitarle la vida.
La recuperación le llevó varios meses, buena parte de la temporada 1956/57, y durante ese tiempo fue reemplazado por Jack Savage. Su regreso se produjo en la reserva del equipo, aunque aún no estaba con la misma seguridad de antes, algo que se manifestó en su vuelta con los titulares, recibiendo tres goles en un partido contra el Wolverhampton. Algunos fanáticos creían que estaba siendo apurado por el club, y otros le pedían que se retirase dejando en alto su recuerdo.
Estatua en su honor
Para la campaña siguiente, el City viviría un año muy especial, ya que se convirtió en el único equipo en la historia de la Premier League en recibir y anotar más de 100 goles en una temporada. Las actuaciones de Trautmann desde luego no fueron buenas, ya que aunque no estuvo en la caída por 9 a 2 frente al West Bromwich, sí lo hizo en la derrota 8 a 4 contra el Leicester, su peor récord personal.
Luego de ello siguió alternando en el equipo, aunque ya nunca volvería a ser el de antes, y finalmente decidió retirarse en 1964, cuando desde hacía algunas temporadas ya casi no formaba parte de la consideración de sus entrenadores. En sus 15 años en la institución, totalizó 545 encuentros disputados.
Al retirarse, el club realizó un partido homenaje en su honor, al que asistieron 47.000 espectadores. Fue el capitán de un combinado de Manchester, con jugador del United y el City, que incluía por ejemplo a y Charlton y Denis Law, contra una selección de jugadores ingleses que tenía a Tom Finney, Stanley Matthews y Jimmy Armfield.
Hay que mencionar también que a pesar de su trascendencia internacional, Trautmann nunca defendió a su país de nacimiento. De hecho, en 1953 se reunió con Sepp Herberger, el entrenador alemán, quien le dijo que le tendría en cuenta sólo si jugaba en su país, algo que le privó de ser campeón del mundo al año siguiente en Suiza.
A pesar de algunas experiencias en otros equipos menores, se retiró definitivamente de la práctica para dedicarse a la dirección técnica. Comenzó su nueva profesión en el Stockport County, un equipo más bien pequeño, pero tras una irregular campaña y peleas con los dirigentes, se marchó al Preußen Münster de Alemania.
Luego de ello, la Federación de su país le invitó a visitar países en vías de desarrollo para promover el fútbol, y gracias a este empleo conoció naciones como Birmania, donde entrenó a la selección local, clasificándola para los Juegos Olímpicos de 1972, y con la que obtuvo la “Copa del Presidente”, un torneo disputado por los países del sudeste asiático.
Posteriormente también pasaría por, Liberia, Pakistán y Yemen, hasta 1988, cuando se retiró y se instaló en España, más concretamente en Valencia. En 2004, fue nombrado en la Orden del Imperio Británico, en reconocimiento a su labor en pos de las relaciones entre alemanes e ingleses, gracias a la Fundación que lleva su nombre. Al año siguiente, fue incluido en el Salón de la Fama del Fútbol Británico.
Hoy, aún vivo, sigue disfrutando del reconocimiento que recibe tanto en Inglaterra como Alemania, el que se ganó a base de esfuerzo, y que se transforma en un cálido aplauso cada vez que concurre a ver al Manchester City, donde alguna vez fue resistido.

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Andrés Mazzali fue uno de esos hombres que parecen elegidos por la vida para destacarse en todo aquello que se proponen. Un guardameta uruguayo que tuvo la posibilidad de cautivar tanto a los futboleros de su país, como a las críticas, sus propios compañeros y también a las mujeres, aunque no siempre se salió totalmente con la suya.
Lo real es que este futbolista, nacido el 22 de julio de 1902 en Montevideo, había demostrado tener una impresionantes dotes para ser delantero en su juventud en Nacional, pero no pudo llegar a disputar demasiados encuentros profesionales en esa posición, porque se hacía muy difícil conseguir el calzado de su número, por lo tanto atajaba con zapatillas comunes y corrientes, e incluso zapatos, merced de sus grandes cualidades técnicas.
Su debut en Primera División, como una premonición de su futura exitosa carrera, sería ante el acérrimo rival Peñarol, en cancha de los “carboneros”, y con una contundente victoria por 2 a 0 como visitantes, en el antiguo Parque de los Aliados.

Incluso, lo más saliente en la vida de Mazzali, es que se trataba de un atleta realmente completo, que fuera figura en las obtenciones de las medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 en París y Ámsterdam respectivamente. Al mismo tiempo, jugaba como basquetbolista profesional en el club Olimpia de Montevideo, habiendo obtenido un campeonato nacional en 1923, y tres años antes se había consagrado campeón atlético sudamericano, en carrera de 400 metros, siendo segundo en 200.
En muchas de las ocasiones durante las que en ese tiempo le tocó representar a su país, Mazzali había diseñado un buzo con un dibujo que representaba una especie de alas rojas, y realmente quienes tuvieron la oportunidad de verle en acción, destacan que sus movimientos no estaban muy lejos de volver realidad esa gracia. Incluso, gracias a ella, se ganó el apodo de “buzo”.
En Olimpia, jugando al Básquet. El quinto parado.
Durante una gira europea que Uruguay realizó, en condición de medallista de oro en Paris, sí le habían podido conseguir los botines necesarios para que fuera atacante, y por ese motivo dejó en el arco a su habitual suplente, Vicente Clavijo, para pasar a formar parte de la delantera. En ella, llegó a convertir algunas anotaciones.
Por este mismo motivo, hasta el día de hoy se considera a Mazzalli como el más grande portero uruguayo de la historia, y uno de los exponentes de este puesto que lograron revolucionar el mismo, como Amadeo Carrizo, Ricardo Zamora o José Luis Chilavert. En Latinoamérica también era adorado, especialmente a partir de las conquistas de las Copa América de 1923, 1924 y 1926 con su país.
Durante este tiempo, además, se había hecho una gran fama de “sex symbol” y conquistador de mujeres, sobre todo famosas de su país, y aprovechaba cada oportunidad que tenía para salir por las noches, acompañado por ejemplo de otro talentoso, Héctor Castro, aunque nunca cometía faltas profesionales.
En la previa del Mundial en el que Uruguay sería local, en 1930, sus futbolistas pasaban bastante tiempo concentrados, lo que era motivo de disgusto para muchos de ellos, y cualquier cosa que pasaba solía romper la monotonía del lugar. Cuenta la historia que en uno de sus días anteriores a la competencia, una bella rubia ingresó al complejo de la Federación Uruguaya, no se sabe con qué pretexto.
Ya como entrenador
Tiempo después, el capitán y símbolo de aquel seleccionado uruguayo, recordaba: “el momento más triste para nosotros fue cuando separaron del plantel a Andrés Mazzalli. Había sido el arquero en París y Amsterdam, pero era muy mujeriego y una noche se escapó de la concentración para irse con una rubia. Lo expulsaron y no hubo defensa para él. Todos sentimos pena, pero la sanción impuesta fue irreductible y ni a mí me hicieron caso”.
Luego de ello, Mazzali no dejó de divertirse con el fútbol, ni de salir por las noches, aunque puso punto final a su carrera tres temporadas más tarde, totalizando cinco títulos locales en Nacional, con 267 partidos y 12 goles convertidos, todos sobre el final de su actividad, cuando el calzado ya no era un problema tan grave.
Posteriormente sería entrenador de varios equipos, aunque sin resultados demasiado interesantes, mientras que fallecería en 1975, algo más alejado del fútbol, pero dejando un recuerdo imborrable entre muchos, que hoy nos han permitido contar esta historia.

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Derek Dooley nació el 13 diciembre de 1929 en Pistmoor, Sheffield, en una época en la que el conjunto local del Wednesday era uno de los animadores del fútbol en su país, motivo por el cual lógicamente la mayoría de los niños se hacían fanáticos del mismo, y este pequeño no sería la excepción.
Criado en una casa de trabajadores, ya que tanto su padre como madre cumplían distintos horarios en una fábrica local mientras él acudía a la escuela Owler Lane, en la que le dejan practicar su deporte favorito dos horas a la semana. Lo interesante del caso, es que con apenas 13 años había llegado al primer equipo de la institución, jugando casi siempre como atacante.
Pero su relación con el fútbol no era casual, ya que su propio padre había sido un excelente jugador, que tuvo que abandonar la práctica profesional al momento de tener que mantener una familia, y por ese motivo se le había negado la chance de seguir a prueba en el Bradford City.

Al cumplir 14 años, Dooley decidió que el estudio no era tan importante como comenzar a aportar dinero para su casa, así que se volvió trabajador de una fábrica de audífonos, al mismo tiempo que se enlistó en la Federación local de Futbolistas, para jugar en el YMCA de su ciudad. No obstante, en este club tuvo una serie de peleas con el entrenador “Pop Bennett”, que quería retrasarlo en el terreno hasta el puesto de mediocampista central, mientras él se sentía más cómodo en el área adversaria.

Lo cierto es que, finalmente el manager decidió darle una oportunidad, y ya nunca le volvería a sugerir que cambie su posición, ya que Derek se convirtió en el goleador de la región en sus torneos amateurs, y gracias a ello se ganó la oportunidad de probarse en el Lincoln City, que terminaría fichándole en 1944.
El tercero desde la izquierda, arriba
En esta institución permanecería primero dos años, formando parte de la reserva, y siendo el goleador del campeonato en dos oportunidades consecutivas. Sin embargo, su aventura en el primer equipo sería más bien corta, ya que tras presentarse en dos ocasiones ante los aficionados que tantas ansias tenían de verle, el Sheffield Wednesday, el equipo en el que había soñado jugar de chico, se interesó por su contratación, y la hizo efectiva en algunas semanas gracias a las negociaciones llevadas adelantes por el director deportivo Eric Taylor.
En un primer momento, el Sheffield le dejó jugando en sus juveniles para que se adaptase al fútbol profesional. En total anotó 55 goles en 38 encuentros para el tercer equipo, y 37 anotaciones en 49 presentaciones ya para la reserva del mismo, en la llamada “Yorkside League”, una especie de tercera división del fútbol en Inglaterra, incluyendo un partido en el que firmó un total de ocho goles, algo realmente increíble.
En cuanto al primer equipo del Wednesday, su oportunidad le llegó en marzo de 1950 en un enfrentamiento ante el Preston North End, y luego jugó otro encuentro antes del final de la temporada, aunque no llegó a impresionar realmente a los hinchas del equipo.
Ya en la temporada 1950/51 el conjunto de Sheffield no pudo llegar nunca a su mejor nivel, e incluso terminó relegado a la segunda división por diferencia de goles. Al comenzar la siguiente campaña, los “búhos” aún estaban tocados por esta situación, ganando apenas tres de los primeros nueve encuentros en el ascenso.
Incluso, Dooley no era tenido en cuenta, hasta ese décimo partido, cuando se le brindó una nueva oportunidad y anotó dos goles para dar vuelta el encuentro ante el Barnsley, y aunque luego sólo volvió a convertir en un partido de los tres siguientes, aunque a finales de 1951, lograría una serie de goles que le transformarían en uno de los máximos ídolos del mismo, además del mayor goleador de su historia.
En tal sentido, antes de fin de año ya había anotado 22 goles en nueve encuentros, afianzando a su equipo como el máximo candidato a regresar a primera división. Incluso, al finalizar la temporada, totalizó con 46 anotaciones, superando el récord de Jimmy Trotter en el club, con 37 dianas en un sólo año y manteniéndolo hasta el día de hoy.
Para la 1952/53, el Wednesday estaba listo para volver a afirmarse entre los mejores equipos de Inglaterra, con Dooley como gran figura. A pesar de comenzar sin demasiada pólvora, una vez que se le abrió el arco, anotó la respetable cifra de 16 goles en 24 encuentros.
Pero todo cambiaría el 14 de febrero de 1953, cuando en una jugada en ataque, chocó con el guardameta del Preston North End George Thompson, rompiéndose una pierna. Tras una serie de radiografías, se descubrió que sufría una doble fractura. Tras ser operado, se disponía a abandonar el hospital, cuando le advirtió a la médica que no sentía su pierna.
Le sacaron los vendajes, y el resultado fue demoledor: tenía gangrena. Para salvarle la vida, la única salida era amputarla, por lo que a las pocas horas, su carrera de futbolista, que parecía comenzar a afianzarse definitivamente, se había terminado. “No me interesa, seguiré ligado al fútbol aunque sea como banderín de córner”, afirmó.
El caso produjo tal conmoción que, a los pocos días, se decidió organizar un partido homenaje entre el Sheffield XI y un conjunto de jugadores internacionales. Al mismo asistieron 55.000 espectadores, recaudándose 7.500 libras esterlinas, mientras que otras 2.700 fueron donadas por los diarios locales, y 15.000 por un fondo de inversión de la ciudad.
Para poder seguir adelante, comenzó a trabajar en una de las empresas de un directivo del Wednesday, aunque a los pocos años fue contratado para iniciar el puesto de “Encargado de Desarrollo” en el club.
Para enero de 1971, Dooley se convirtió en el entrenador del equipo, cuando ya estaban eliminados de la FA Cup en esa temporada, y se encontraban entre los peores clubes de la segunda división. No obstante, sus actuaciones no fueron mejores, finalizando en un la 15º plaza. A la temporada siguiente, la situación no fue mejor, sino que incluso acabaron sólo un puesto por derriba.
Al iniciar la temporada 1972/73, Derek vería su mayor éxito como técnico, ya que lideró la competencia en buena parte del desarrollo, aunque finalmente quedando lejos del ascenso. La siguiente campaña no trajo más suerte tampoco, considerando que buena parte de la plantilla se enfermó de un extraño virus, y por los malos resultados, habían renunciado tanto el presidente como el vicepresidente del club.
La estatua en su honor
La nueva junta, tan pronto asumir, decidió despedirlo el 24 de noviembre de 1973, lo que le provocó una gran amargura, que incluso derivó en que pasara casi dos décadas tras eso para que volviera a pisar el estadio de Hillsborough. Tras la novedad, empezó a trabajar en una empresa de Leeds en relaciones públicas, antes de tomar algunos puestos en el rival de la ciudad, el Sheffield United.
En 1992, aceptó finalmente la invitación para asistir al clásico de la ciudad, siendo ovacionado de pie por las aficiones de los dos clubes locales, el Wednesday y el United, algo que ningún otro jugador ha logrado en la historia de ambos.
En el plano personal, Dooley se había casado con su esposa Sylvia, apenas seis meses antes de la lesión que frustró su carrera, y para esa altura ya tenían dos hijos, Martin y Suzanne, y cuatro nietos de sus respectivas parejas.
Finalmente, fallecería el 5 de marzo de 2008, motivo que generó una gran serie de homenajes por parte de las dos instituciones de Sheffield, entre los que destaca una estatua en su representación sobre la grada Sur de Bramall Lane. Incluso, en las instalaciones del estadio de Hillsborough, propiedad del Wednesday, hay un restaurant que también lleva su nombre.

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